Marvel Farell y Clara Dunne
“Nadie nace bolchevique. Se debe aprender. Y eso es un largo tiempo, por una combinación de militancia, lucha, sacrificios personales, pruebas, estudio y discusión. Hacer un bolchevique es un largo y penoso proceso. Pero en compensación, cuando se obtiene un bolchevique se ha conseguido algo. Cuando se obtiene la suficiente cantidad de ellos se puede hacer lo que uno quiera, incluso la revolución.”[1] James P. Cannon
La huelga de 1934 de los camioneros de Minneapolis, conocida también como la “Rebelión de los Teamsters”, ha dejado marcas profundas en la historia de las luchas obreras norteamericanas, no sólo por su combatividad sino también por los rasgos distintivos de su preparación y dirección política: un pequeño grupo de revolucionarios que cambió la organización sindical, apostando a la autoorganización de los trabajadores.
Cuando comenzaba la década de 1930, el Partido Comunista había expulsado a un grupo de dirigentes y militantes acusándolos de “trotskistas”[2], por difundir las ideas de León Trotsky al interior del partido. Junto a Cannon, Schatman y Abern[3] se reunió un puñado de obreros con gran experiencia sindical, entre ellos los hermanos Ray y Vincent Dunne, que intentaron influenciar a sectores del PC, con su periódico The Militant.
Para 1933, estos miembros de la joven Liga Comunista de América (Cuarta Internacional) habían decidido concentrar sus esfuerzos en la construcción de un nuevo partido revolucionario. En Minneapolis, según cuenta Farrell Dobbs en su libro Teamster Rebellion, el grupo de la Liga no tenía más de cuarenta militantes, varios de los cuales contaban con experiencia sindical, “una situación favorable para orientarse al trabajo de masas como piedra angular de la construcción del partido”[4].
Las condiciones laborales y las penurias económicas causadas por la gran crisis que abrió el crack de la Bolsa en 1929 hacían de Minneapolis un escenario perfecto para la política que impulsarían los trotskistas, interviniendo en el sindicato de los camioneros para extender una campaña de sindicalización a todos los trabajadores de la ciudad.
Los preparativos de la huelga
Los primeros intentos de organizar la huelga se dieron en contra de la dirección del sindicato de camioneros, personificada en Tobin, un burócrata sindical que debía autorizar cada una de las huelgas y no se caracterizaba por su combatividad. Luego de varias acciones a pequeña escala, donde los trotskistas ponen a prueba su campaña de sindicalización y sus métodos, con acciones relámpago y movilizaciones, se ganan la confianza de los trabajadores.
En 1934, el local del sindicato, número 574 de Minneapolis decide salir a la huelga, sin autorización de la dirigencia burocrática, exigiendo la mejora de las condiciones laborales, un aumento de salarios y el reconocimiento del derecho a organizarse.
El libro Teamsters Rebellion, basado en gran parte en el diario personal que Marvel Scholl -compañera de Farell Dobbs, uno de los dirigentes de la huelga y militante del SWP- llevó durante la huelga, presta especial atención a las acciones de apoyo del comité auxiliar de mujeres, organizado por Marvel y Clara Dunne -esposa de Grant Dunne, también militante trotskista de la Liga Comunista.
Se lanza el comité de apoyo: las mujeres salen a la calle
Para sorpresa de muchas feministas que siguieron el rastro de la participación de las mujeres obreras en estas huelgas, quien propuso la constitución de este comité auxiliar de mujeres fue un militante de la Liga Comunista y no una compañera. Es que era parte del programa de los trotskistas incorporar a las mujeres, ya que señalaban la necesidad de organizar a los sectores más explotados y oprimidos de la propia clase. “[Fue] Carl Skoglund, quien propuso al comité organizador la formación de un comité auxiliar de mujeres. El objetivo era involucrar a las esposas, novias, hermanas y madres de los miembros del sindicato. En vez de dejar que las dificultades económicas que enfrentarían en la huelga les corroyera la moral, señaló Skoglund, debían ser integradas a la batalla, donde podrían aprender sindicalismo por su propia participación directa”[5]. Carl Skoglund era un viejo militante sindical, proveniente de las filas de la IWW, organización obrera combativa de principios del siglo XX, que fue una de las primeras en alentar la participación de las mujeres.[6]
Sin embargo la idea inicial quedó superada, no sólo por la actividad de las propias mujeres, sino también por las iniciativas de Marvel y Clara, que intentaban hacer algo más allá de la tradicional tarea de limpiar cacerolas y preparar los vendajes para los heridos por la represión. “La fundación del proyecto auxiliar la emprendieron Marvel Scholl, quien estaba casada conmigo, y Clara Dunne, esposa de Grant (Dunne). Comenzaron a hablar en reuniones de las distintas secciones del sindicato donde se estaban elaborando reivindicaciones a ser presentadas a los patrones. Al comienzo las recibieron con aire de tolerancia cortés. Luego algunos de los hombres comenzaron a hacer preguntas sobre el proyecto queriendo saber qué podrían hacer las mujeres durante la huelga. Clara y Marvel explicaron que las tareas de organizar un comisariato sindical, atender teléfonos y ayudar en una estación de primero auxilios eran sólo algunas de las muchas cosas que las mujeres podían hacer durante la huelga.”[7]
Marvel y Clara tenían que enfrentarse al conservadurismo de las mujeres, que se negaban a permitir que sus esposos arriesgaran en la huelga el sustento del hogar y al disgusto de los mismos obreros que veían la participación de sus esposas en los preparativos de la huelga como una “noche libre” para ellas, lejos de sus hogares. Fue un paso importante lograr convencer a los obreros de la presencia de las mujeres en las asambleas y reuniones, que en general no participaban de las organizaciones sindicales en esta época. La sola existencia de esa posibilidad de intercambiar opiniones, discutir sus ideas, daban a las mujeres una renovada fuerza y estrechaba los lazos con su compañeros de clase.
Una negativa patronal insolente, una huelga histórica: se enciende la chispa
El 5 de mayo de 1934 a la noche se celebra una asamblea general en el Salón Eagles: “El comité negociador informó sobre la negativa insolente de los patrones a negociar con el sindicato(...) cuando se presentó una moción para salir a la huelga, los miembros dieron su aprobación unánime con un voto de pie, no exactamente apegados a lo prescripto por Tobin”[8]. La presencia masiva, hombres, mujeres del comité auxiliar y en general reinó un estado de combatividad y confianza.
El amanecer del 6 de mayo puso de manifiesto que ésta no sería una huelga como otras: la planificación, que llevó más de un mes, daba sus frutos. No sólo entre los trabajadores del gremio de camioneros, sino entre los demás trabajadores y trabajadoras de la ciudad se sentía una gran convicción de que la unidad de clase fortalecería la lucha del local 574 de los teamsters. “El cuartel general de la huelga ubicado al 1900 de la Avenida Chicago ya era un colmenar de actividad. Carpinteros y plomeros sindicalizados instalaban en el comisariato estufas de gas, lavaderos y mostradores. El Sindicato de Cocineros y Meseros envió expertos en preparar y servir alimentos de forma masiva, a fin de ayudar a organizar las cosas y entrenar a los voluntarios. Trabajando en dos turnos de doce horas, más de mil voluntarios servían a entre cuatro mil y cinco mil personas cada día.”[9]
Una vez que se encendió la chispa, se multiplicaron las acciones de las mujeres, que muchas veces ocupaban lugares estratégicos para los huelguistas, lugares a los que los varones no podían llegar. Por ejemplo, son conocidas las documentaciones de la patronal a las que accedieron los trabajadores del local 574, gracias a secretarias anónimas de los gerentes. “Las secretarias de los patrones y los políticos actuaban como espías del sindicato, duplicando en secreto cartas y memos que generalmente permitían al local 574 adelantarse a los empleadores.”[10]
Los diarios de Minneapolis no eran más que instrumentos políticos de la patronal y la Alianza Ciudadana[11], “no se publicaba ni una sola noticia a favor de los huelguistas. Para intentar solucionar este problema, las mujeres organizaron una manifestación masiva. Marchamos desde el Auditorio en la calle Grant hasta la avenida Nicollet. La marcha era encabezada por cuatro mujeres que llevaban nuestra bandera, seguida por cerca de quinientas mujeres, muchas de ellas simpatizantes, rompimos todas las leyes de tránsito de Minneapolis. Se reunieron multitudes en las veredas y siguieron la procesión hasta los tribunales” [12]. Más tarde, desde el local 574 también se comenzará a publicar un periódico propio de los huelguistas.
La huelga era fortísima: se sumaron los taxistas y varios sectores de los granjeros se solidarizaron activamente, frenando entregas y negándose a trabajar con empresas de transporte que contrataran rompehuelgas. La unidad forjada alrededor del local 574 era un escudo de hierro que no hacía más que fortalecer la lucha de los trabajadores, su organización y su programa. Una perspectiva de clase se asomaba en la solidaridad expresada en cada intercambio de mercaderías, en cada voluntario que se acercaba al cuartel general de la huelga, robando horas al descanso, sumándose a las movilizaciones. La ciudad estaba en pie de guerra. Y para esa guerra se prepararon los patrones, su gobierno y sus fuerzas represivas, incluidas las bandas paramilitares como la Alianza Ciudadana.
El diario de Marvel: de los primeros enfrentamientos a la Batalla del Mercado del viernes sangriento
Ya avanzada la huelga, la participación de las mujeres superó cualquier cálculo: las mujeres no sólo habían instalado exitosamente una enorme logística, que incluyó hasta una clínica con médicos y enfermeras profesionales que trabajaban voluntariamente -ya que los huelguistas heridos eran apresados en los hospitales-, sino que también jugaban un rol activo en la politización de la población de la ciudad, ganando el apoyo de otros trabajadores y trabajadoras, haciendo mítines, repartiendo panfletos, entrevistándose con las autoridades. En general eran quienes, primero de forma espontánea, luego de manera organizada, lograban la liberación de los presos, manifestándose en las comisarías y presionando a las autoridades.[13]
Los intentos de los patrones por frenar la huelga se tornaban cada vez más violentos: se organizaban emboscadas a los trabajadores, se daban falsas voces de alarma, se intentaba por varios medios golpear la moral de los trabajadores usando rompehuelgas. El jueves 19 de julio la policía comenzaba a montar una gran provocación contra los huelguistas. Decía el Minneapolis Tribune: “Vamos a empezar a trasladar mercancías. No se dejen apalear. Ustedes tienen escopetas y saben cómo usarlas. Cuando acabemos con esta escolta, habrá otras mercancías que trasladar”[14]. El sindicato evitó el enfrentamiento porque sospechaba que se trataba de una trampa y no respondió a la circulación ilegal de camiones, que según el gobierno atendían las necesidades de los hospitales. En realidad el sindicato extendía los permisos necesarios para hacer llegar mercaderías a hospitales y cualquier tipo de emergencia. La provocación para golpear la moral obrera no bastaba. La única arma para contrarrestar los golpes de la prensa patronal era la edición diaria de The Organizer (El Organizador), que se repartía y leía ampliamente entre los trabajadores de la ciudad. “The Organizer puede llegar con la verdad a los trabajadores de Minneapolis. ‘¡Las líneas de piquete están intactas! ¡La lucha continúa!’ Esto de veras irritó a los patrones.”[15]
La dirección del local 574 avistaba un golpe para el viernes en el mercado, porque era el área donde se encontraban las mercaderías que debían ser transportadas de no ser por la huelga. Los huelguistas habían recibido telegramas advirtiéndoles que en tres días serían reemplazados en sus puestos de trabajo. La policía custodiaba las calles aledañas y el sindicato apostó sus propias patrullas desde la madrugada. Los patrones intentarían hacer una entrega en un gran negocio de ventas mayoristas. Al enterarse, el sindicato envió refuerzos, aún cuando comprendían que sería difícil enfrentar a policías armados. “Sabíamos que no podíamos enfrentar las escopetas antidisturbios y estábamos empeñados en llevar a cabo una protesta masiva y pacífica contra la maniobra rompehuelgas que se anticipaba.”[16]
La policía comenzó a disparar a mansalva contra el camión del sindicato que transportaba a los huelguistas que iban al piquete. Dos huelguistas quedaron tendidos en la calle, el resto intentaba resistir; los policías disparaban sin mirar, al punto que varios de ellos resultaron heridos por sus propios “compañeros” y superiores. Muchos de los heridos recibieron disparos cuando socorrían a sus compañeros y compañeras, todos tenían heridas de bala en la espalda. La mayoría de los heridos fueron atendidos en el cuartel general montado por los obreros y las mujeres, sólo tres heridos graves fueron trasladados a hospitales. El accionar de la policía fue tan brutal que más tarde fue investigada por la justicia, la misma que detuvo a cientos de huelguistas y se vio obligada a dejarlos libres por falta de pruebas. La policía tuvo que deshacerse de los jefes del operativo. El sindicato reunió más de cien mil firmas para reclamar la renuncia del jefe de policía.
Las mujeres fueron, como otras veces, parte activa de los enfrentamientos con la policía y la fuerza paramilitar de la Alianza Ciudadana. “Cuando la policía trató de abrir el mercado de la ciudad, donde la producciones de las granjas era traída, comenzó una gran batalla. Los piquetes mantenían casi todos los camiones fuera del mercado, y el intendente respondió triplicando la fuerza policial. Se realizaron doscientos arrestos, y un grupo de mujeres fue golpeado hasta quedar inconscientes por un grupo de matones contratados.”[17]
Durante la histórica Batalla del Mercado, setecientas mujeres del comité auxiliar, lideradas por Marvel Scholl y Clara Dunne, marcharon a la alcaldía para exigir al gobierno el fin de los ataques a los trabajadores y la renuncia del jefe de la policía. Marvel Scholl describió el arribo de los heridos y los huelguistas que salieron del campo de batalla, de esta manera, en su diario: “El Viernes Sangriento, como lo conocemos quienes vivimos aquel día terrible en que la muerte rondó en el cuartel de la huelga, empezó como un día lóbrego, nublado. El aire mismo parecía como cargado de presentimientos. Al amanecer empezó el tren normal de actividades para el grupo auxiliar. Se abrió la cocina de la forma usual. Hubo la cantidad normal de labores de asistencia, se cerró la edición del Organizer...Cuando se abrieron las puertas del comisariato para la comida de mediodía y sólo aparecieron unos cuantos hombres, nos empezamos a preocupar. La señora Carle, que encabezaba el comité del comisariato, se expresó al respecto, diciendo, ‘Debe estar sucediendo algo inusual, señora Dobbs. Kelly no me ha enviado esta mañana ni un solo auto especial de piquetes móviles. Bill [Gray] dice que casi ninguna de las cuadrillas nocturnas ha regresado. No obstante, mantengo la comida lista. Me imagino que va a ser un tropel horrible cuando lleguen’. Ese día no se usó mucha comida (...) el cuartel estaba extrañamente vacío. Estaba tan callado que era casi escalofriante (...) Y luego, de la manera más súbita, el vacío cedió ante el alboroto; la tranquilidad, ante la horrible sirena de la ambulancia; y el blanco impecable del pabellón del hospital ante el rojo espantoso, el rojo de la sangre. Cuando entraron cargando el primer hombre con espuma saliéndole por la boca, gris como cemento, inconsciente, alguien gritó. En menos tiempo del que uno se puede imaginar, 47 hombres yacían tendidos sobre catres improvisados, con sus cuerpos llenos de heridas de balas. ¡Acción! Agua, alcohol, algodón, hombres y mujeres limpiando horribles verdugones morados de los cuales brotaba la sangre. Se desgarraba la ropa. Se encendían cigarrillos para los hombres que yacían tendidos, quienes apretaban las manos, se mordían los labios, para no gritar. Uno de ellos era un muchacho pelirrojo, un mensajero que sólo había estado observando. Le temblaba la mano cuando aceptó su cigarrillo. Sonrió, susurró un débil ‘gracias señora’, para luego desmayarse. Otro era Henry Ness. Le habían desgarrado la camisa, dejando al descubierto su espalda, cubierta completamente de verdugones morados. En su delirio, se alzó, luchando contra el médico que lo trataba de auxiliar, y se desmayó. Y luego el aullido de las ambulancias. ¡Abran paso! ¡Háganse atrás! ¡Dejen que los vehículos entren al garaje! ¡Que no entre nada más! (...) rápidamente lo cargaron hasta la ambulancia. Harry DeBoer estaba tendido en un catre. Enardecido ordenó a los socorristas, “Atiendan a algunos de esos otros primero”. Harry tenía una bala en la pierna, enterrada en el hueso justamente arriba de la rodilla. Ahora las ambulancias se iban llenando hasta las puertas, con todos los hombres que se pudieran mantener de pie. Llenas hasta más no poder, salieron, una por una, hasta que cuarenta y siete hombres iban rumbo a camas de dolor y algunos hacia el olvido”.[18]
Luego del Viernes Sangriento, veinte mil personas acompañaron la procesión para enterrar a los dos huelguistas asesinados y trabajadores de todo el país donaron dinero al sindicato y las familias de los obreros muertos. Las palabras de Marvel describieron cada una de las páginas de la heroica huelga de Minneapolis, que finalmente triunfó, como muchas huelgas, con mártires obreros.
El 22 de agosto, The Organizer mostró con orgullo la palabra VICTORIA en su portada, cuando las demandas de aumento de salarios, acortamiento de la jornada laboral y reconocimiento de derechos sindicales fueron alcanzadas. El corazón de la clase comenzaba a latir a un ritmo distinto en Minneapolis: su sangre, la combatividad de la clase obrera autoorganizada; sus arterias, un programa clasista. Y una necesidad que golpeaba el pecho con fuerza: la construcción de un partido revolucionario de trabajadores, para hacer de la huelga del local 574 sólo un primer paso.
[1] Historia del trotskismo norteamericano, de James P. Cannon.
[2] Era común que los partidos comunistas, en esta época ya bajo el stalinismo, utilizaran el adjetivo “trotskista” como razón de expulsión, contra todos aquellos que desafiaran la política del stalinismo e intentaran debatir las ideas del revolucionario León Trotsky, empujado al exilio.
[3] Estos dirigentes expulsados del PC formarán primero la Liga Comunista, más tarde el Workers Party y finalmente fundarán el Socialist Worker Party. Este núcleo de militantes logrará en la década de 1930 insertarse y tener cierta influencia en sectores de la clase obrera norteamericana. Cabe señalar también que el joven SWP gozó hasta la muerte de León Trotsky, entonces exiliado en México, de una relación muy estrecha con el dirigente ruso, que los aconsejaba directamente. A lo largo de la historia se vio atravesado por diferentes debates internos (como lo reflejara el mismo Trotsky en En Defensa del Marxismo, a propósito de las alas a favor y en contra de la defensa de la Unión Soviética como estado obrero). Otro debate importante que atravesará es durante los años de 1960, impactado por la Revolución Cubana y el castrismo (manteniendo una tendencia centrista hasta la actualidad). El grupo fundado por Cannon sigue existiendo en la actualidad aunque reducido.
[4] Rebelión Teamster, de Farrell Dobbs.
[5] Farrell Dobbs, op. cit.
[6] Ver introducción de este capítulo.
[7] Farrell Dobbs, op. cit.
[8] Idem.
[9] Idem.
[10] Socialist Word, 70th anniversary of Labor’s historic victory in Minneapolis, 23 de enero de 2005.
[11] Organización civil armada que funcionaba como banda paramilitar contra las huelgas y los “comunistas”.
[12]Testimonio de Miembro del Comité Women Active on firing line, extractos de American Militant, 2 de junio de 1934, publicado en The 1934 Minneapolis Strike, Revolutionary History, Vol 2 No.1, primavera 1989.
[13] “Revolt of the new working class”, de Helen Shooter, en Socialist Worker (Gran Bretaña), 21 de agosto de 2004, N° 1915.
[14] Cita aparecida en Farrell Dobbs, op. cit.
[15] Cita aparecida en Farrell Dobbs, op. cit.
[16] Farrell Dobbs, op. cit.
[17] “70th anniversary of Labor’s historic victory in Minneapolis”, en Socialist Word, 23 de enero de 2005.
[18] Farrell Dobbs, op. cit.
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