Sesión Especial TALLER DE GÉNERO Y CLASE


Sesión Especial del Taller de Género y Clase...







Tema de debate:

¿Cómo se expresa la opresión de género en la psicología?

Relaciones sociales, normas e intituciones de la opresión




...este miércoles 29 de Octubre,a las 17 horas,

Lugar: Será en las salas del segundo piso de la Escuela de Filosofía del Pedagógico.






El texto base se encontrará el lunes en la fotocopiadora "Micky" de Av. Grecia,

cualquier consulta escribenos al mail. genero.clase@gmail.com


El texto se llama: "Las consecuencias psíquicas de las diferencias sexuales históricas". Dossier Mujer, revista En Clave Roja Nº7.

Boletín Segunda Sesión: La familia y la propiedad privada


El mito de la inferioridad biológica de las mujeres y la opresión sexual. ¿de donde nace la familia, y nuestra opresión?

En la primera edición de este boletín, señalábamos a grandes rasgos como se pasó de un modo de producción y una sociedad donde el lugar social de las mujeres se consideraba igualitario al de los hombres y donde las diferencias en las tareas no significaba opresión -dado que las tareas eran colectivas-, a una sociedad basada en la familia, la monogamia y las clases sociales, dando paso a la sociedad clasista y la propiedad privada, una sociedad como la conocemos hoy, a pesar de grandes cambios en la historia de la humanidad y saltos, nos encontramos aun en una sociedad de clases, en el capitalismo.
En esta edición, queremos decir que es importante cuestionarnos de fondo si este lugar que nos toca a las mujeres en la sociedad se debe a razones biológicas o sociales. Ya en los 70 el feminismo radical planteaba que las mujeres somos una casta o una clase, pero nosotros creemos que somos un género interclasista. Esto porque si bien las diferencias sexuales implican grandes consecuencias para la vivencia de la opresión y las relaciones sociales entre los sexos, creemos que para explicarse la sociedad tenemos que partir de la historia y el origen de nuestra opresión debe ser explicado.
Fue importante en la transformación social, el desarrollo de la agricultura, que permitió que se generara un excedente del cual se fueron adueñando paulatinamente un puñado de seres humanos en desmedro del resto de la humanidad. Si bien esto fue progresivo, ya que permitió que la humanidad pudiera avanzar y dar un salto, al dividirse y expandirse el trabajo, hoy en el capitalismo en decadencia podemos dar cuenta de que esta sociedad basada en clases, y en la opresión de las diferencias de sexo, raza, color, nacionalidad, etc., no puede ser progresiva, cuando millones mueren de hambre, son explotados por muy poco millones de trabajadores, y somos oprimidas doblemente las mujeres trabajadoras, sufriendo problemas como el aborto clandestino, la violencia sexual, las minorías sexuales son discriminadas, reprimidos pueblos como el mapuche, mientras los empresarios llenan sus bolsillos y se enriquecen a costa de nuestra explotación y opresión, se trata de una realidad que se hace cada vez más evidente.

Pero ¿Por qué la necesidad de insistir en este proceso específicamente histórico y económico para develar la cuestión de la opresión de la mujer y de género que es la que nos convoca?

A priori podríamos decir que se justifica por el hecho de que nuestro análisis se remite a las bases del marxismo (materialismo histórico), pero no es una cuestión de apriorismos ideológicos, sino de valernos de una herramienta científica con perspectivas emancipadoras y, dando cuenta que la historia no es un campo neutral, donde la perspectiva de los dominantes es la que prima sobre los oprimidos, los que debemos encontrar respuestas y una base para explicarnos nuestra opresión.

Volviendo a lo central ¿qué relación existe entre la producción económica de una sociedad y la condición de la mujer? El materialismo histórico plantea que el factor decisivo en la historia es la producción y reproducción de la vida inmediata, pero estos procesos son de dos clases: la producción de medios de existencia (productos alimenticios, ropa, viviendas y los instrumentos que para todo ello se necesitan) y la producción del ser humano mismo, la continuación de la especie; en consecuencia, para preservar la naciente sociedad de clases hace 5000 años atrás, quienes se adueñaron de la producción de los medios de existencia debían también tener el control absoluto sobre la producción del ser humano mismo… eso significaba y significa hoy en día, ejercer el control absoluto sobre nosotras las mujeres y nuestros cuerpos, continuadoras por excelencia de la especie humana. Esto se vio facilitado debido a que “se descubrió la relación que existía entre el coito y la reproducción, lo que permitió entender el papel que tenía el varón en la procreación. Así quedaron abolidos la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno", dice Engels y agrega: ‘El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción.’” Esto que Engels describe, es la transformación de los roles sociales al producirse el cambio de una sociedad matriarcal y colectiva donde la mujer tenía un rol social importante como el hombre basado en la filiación femenina natural, donde ambos sexos basaban sus relaciones en la igualdad social, a una sociedad que fue transformándose, con avances y retrocesos, en una sociedad donde el rol social de la mujer fue subordinado por el hombre, dando paso a una filiación masculina social, pasando a depender de él en una relación monogámica, surgiendo así la opresión a la mujer. Esta sociedad patriarcal se configuró también como una sociedad basada en la propiedad privada, dando paso a las estratificaciones sociales y la proliferación de desigualdades, dando paso a las castas, luego a las clases, donde una clase en cada estadio social oprimió económicamente a otra, constituyéndose y transformándose combinadamente otros aspectos de las relaciones sociales en que se fundamentó la religión, la ley, que dieron estabilidad relativa a insituciones como la familia y el matrimonio.

Sobre esta base es que nuestra opresión adquiere distintas configuraciones que evidentemente superan los márgenes estrictamente económicos; pues los aspectos de las relaciones sociales se vieron transformados a nivel psicológico, cultural, con características desiguales y combinadas en cada cultura y sociedad. Pero ninguna de estas aparece, ni se manifiesta en abstracto, todas se sustentan en este origen material e histórico; hoy por hoy, si bien las configuraciones de esta opresión se han complejizado –por cierto, producto del desarrollo de la humanidad y la complejización de cada sociedad—no por eso se han desprendido de su base concreta para flotar en la nebulosa un machismo que se apoya sólo en la tradición y en las normas…pues bien ¿de dónde surgen estas normas y esta tradición si ya hemos señalado que no vivimos en un mundo neutral ni basado en la igualdad social? Para responder tenemos que analizar la relación de los aspectos históricos mencionados con las instituciones y las normas como la familia, el matrimonio, la monogamia y la opresión sexual y social.

La sagrada familia, bendición para la propiedad privada
Familia, famulus: conjunto de esclavos

A las y los marxistas feministas se nos acusa constantemente de estar en contra y de destruir la familia, cuando en realidad quienes la destruyen son los capitalistas, los que obligan a vivir a la mayoría de las familias trabajadoras con sueldos de hambre, tras la miseria y la soledad que conlleva trabajar turnos larguísimos, sin tener la posibilidad de satisfacer las necesidades fundamentales de amor y compañía entre otras, como una vida sexual plena. Más allá de acusaciones morales infundadas, lo que sí es cierto es que nuestro objetivo siempre ha sido despejar el camino de los mitos con los que la cultura opera, reflejo heterogéneo pero claro de estas condiciones sociales basadas en las instituciones más antiguas.

La familia, santificada, glorificada, fundamentada –para ellos—en el amor, nadie pareciera poder cuestionar su existencia y las condiciones en las que ésta se desarrolla. Se ha intentado silenciar el hecho de que, como todo asunto humano, ha sufrido transformaciones a lo largo de la historia de acuerdo, a lo que hemos definido, a las dos palancas del progreso humano: la producción y reproducción de la vida. A lo que nos referimos con esto es que la familia tal cual como la conocemos hoy no ha existido siempre de manera inmutable, esta conformación de padre a la cabeza , la madre y los hijos es la conformación que surgió desde que, junto con el surgimiento de la propiedad privada, se da el hecho que las mujeres fueron consideradas “una fuente de riqueza igual que los esclavos, la tierra o el ganado, porque eran las que permitían aumentar la cantidad de hijos de una familia, es decir, la cantidad de fuerza de trabajo disponible para aumentar aún más las riquezas de su propietario. Su papel independiente en la producción social, pasó a un segundo plano: lo que se requería primordialmente de ellas era su capacidad reproductiva. Y poseer el dominio sobre esta capacidad, garantizaba que la descendencia fuera "legítima", por eso –dicen los marxistas-, la monogamia en el matrimonio se estableció como una obligación para las mujeres.

Importante es señalar que la “legitimidad” permitía el traspaso de las riquezas por vía paterna sólo a los hijos nacidos dentro del matrimonio, la monogamia permitía que la mujer no pudiese procrear con otro hombre que no fuese su “dueño”, y de esta forma se perpetuaba el hecho de que el producto que antes era comunitario, permaneciera en manos de cada familia con un hombre a la cabeza, y de que la mujer estuviese subordinada al servicio de esta perpetuación.

Si este tipo de familia es el fruto de la sociedad de clases ¿qué hubo antes? Antes hubo una sociedad sin escisiones de clase (como lo planteamos en el primer boletín) en la que no solo el fruto del trabajo era comunitario, sino que, además, las mujeres gozábamos del más solemne respeto por ser la cabeza de este tipo de sociedad (más allá de que era difícil la existencia). Los hijos no eran aislados como sucede hoy, donde cada pareja e incluso cada madre debe velar sola por los hijos. La educación, alimentación y crianza de los hijos en esta sociedad colectivista anterior a la sociedad de clases, las responsabilidades eran conjuntas, ya que al desconocerse quienes eran los padres de dichos hijos, prevalecía la vía materna y su consiguiente derecho. Organizadas según generaciones (abuelos con abuelas, madres con padres, hijos con hijas) o según hermandades (tanto femeninas como masculinas) las familias eran amplias y existía la libertad de la reciprocidad sexual, es decir, todos sus miembros podían emparejarse libremente sin por ello faltar a la moral, las mujeres no estábamos obligadas a permanecer con un solo hombre, ni mucho menos se sustentaba la violencia y la opresión por esto.

No hay nada en nuestra naturaleza que nos subyugue, se trata de una opresión social

No es que hagamos apología de la prehistoria de la humanidad, la que, en concreto, fue una época muy difícil en términos de sobrevivencia debido a las adversidades naturales, pero constituye un referente que nos permite plantearnos que nuestra subordinación jamás ha estado determinada por factores biológicos, todo lo contrario, las mujeres hemos sido claves para la “elevación del género humano”, ya que fue nuestra labor sembrar la semilla de la gran revolución de la agricultura, las artes, la ciencia (en su esfera primitiva), donde la sociedad trabajaba en conjunto, en una sociedad comunitaria.

Actualmente la familia es el primer referente de las normas que nos indican qué es lo apropiado y qué no, desde la infancia a las niñas se las educa según patrones claros como el ser madres y esposas, tal es el objetivo de los juegos con muñecas, por ejemplo, y a los niños se les presiona diciéndoles que no deben llorar y que deben ser protectores y/o autoritarios con las mujeres, las que por el simple hecho de ser mujeres, representamos al sexo débil. Desde el primer momento en qué observamos a nuestros padres y madres comienza un camino de construcción social personal (sobre la base de conductas de género) nunca exento de contradicciones, las cuales se acentuarán si esa niña se convierte en una trabajadora o nació en situación de pobreza: la familia que conformará la remitirá (no por asunto la voluntad de sus integrantes, sino por presiones sociales y económicas) a ser el sostén de su manutención, las labores domésticas serán una labor inevitable, la maternidad deber sagrado y obligatorio a la vez que, probablemente, la pobreza la impulse a buscar trabajo para no morir de hambre…¿Es natural que las mujeres asumamos sin cuestionamientos labores domésticas? Las que en el fondo permiten que el capitalista se ahorre de pagarle a un trabajador o trabajadora los gastos de esta manutención cotidiana para que los trabajadores no tengan que recibir mayor salario. Se trata de un trabajo social gratuito que las trabajadoras cumplimos por no poder pagar a alguien que lo haga y se transforma en una doble carga junto al trabajo asalariado. ¿Es un crimen que muchas de nosotras no deseemos tener hijos ni ahora ni en el futuro, queriendo tener autonomía de nuestros cuerpos? Teniendo en cuenta que si bien la responsabilidad de cuidar y mantener vivo a ese pequeño ser humano recae sobre nosotras, nadie nos ayuda a criar y educar a este futuro adulto o adulta que también tendrá un rol social productivo que cumplir. La realidad que nos rodea y en la estamos insertos es que los sueldos no alcanzan y hay que trabajar, para las trabajadoras los sueldos son inferiores por el mismo trabajo, no hay guarderías para que la mujer pueda trabajar y criar sus hijos a la vez, nos despiden si estamos embarazadas, si abortamos somos condenadas y, sin embargo, nos encaran el deber de formar una familia o de ser madres…qué contradictorio ¿o no?

Monogamia y prostitución: las dos caras de una misma moneda

Si la sexualidad femenina constituye un blanco sobre el cual se le hace necesario al sistema capitalista ejercer un control, para hacerlo funcional a sus normas de producción, esto implicaría amputar dicha sexualidad de su capacidad de vivir placer y satisfacción en la vida de una mujer para predisponerla sólo a la necesidad masculina (o más bien dicha necesidad del patriarcado), esta necesidad transita desde la ya mencionada procreación, vía paterna hereditaria, hasta la satisfacción de su instinto sexual, necesidades tan abiertamente reconocidas que se han transformado en dos instituciones infaltables de las sociedades de clases donde una parece ser mas legal que la otra, pero convivimos con ambas: el matrimonio y la prostitución, respectivamente.

Una es santificada y la otra condenada y, a fin de cuentas ambas promueven el criterio de que la mujer constituye una propiedad del varón o un objeto de goce mediante el cual especulan mercaderes de todo tipo (casas de putas, trata de blancas, bares y cafés, etc). La prostitución, si bien se manifiesta como un enigma no resuelto de esta sociedad, porque existe de hecho pero se condenada moral y socialmente, la ley no es clara al respecto y circulan credenciales de sanidad que lo único que hacen es proteger a los hombres, mientras las mujeres se exponen, como también los travestis y otras minorías sexuales que la ejercen, no sólo a enfermedades, sino que a maltratos y hasta la muerte: un tipo de femicidio. Es considerada hasta cierto punto como ‘un mal necesario’, hoy por hoy se ha transformado en un mercado más, que ha sobrepasado los márgenes de la calle para instalarse en lugares más cómodos y accesibles, como en Internet, manteniendo intactas las tradiciones que subyugan a la mujer como un ser objeto de placer sexual, que se hace extensivo hoy a algunas minorías sexuales. La realidad actual es que muchas mujeres y hombres viven de esta situación de prostitución. Por otra parte en el matrimonio, una mujer puede ser violada, maltratada y asesinada, y al respecto el silencio que impera es muy similar al que impera cuando se viola o se golpea a una prostituta… similitud no muy casual que digamos.

¿Qué podemos prever al respecto? ¿Estas cadenas milenarias se han vuelto tan gruesas y pesadas que no las podremos romper?

En esta realidad cambiante, heterogénea pero que mantiene estas instituciones basadas en las relaciones sociales, en una sociedad basada en la violencia, donde impera la ley “natural” pero social de los más fuertes, es en donde miles de hombres y mujeres venden su fuerza de trabajo para poder subsitir a cambio de salarios de hambre. Esta sociedad basada en la familia y la prostitución, en el matrimonio y el maltrato, los golpes y el femicidio, que obliga a una vida llena de contradicciones y sufrimiento principalmente a las mujeres, se combina con las relaciones de clase, donde las oprimidas y oprimidos por raza, color, nacionalidad, sexo viven una opresión que se acentúa con las condiciones de clase, frente a esto creemos que el papel de las mujeres para luchar por sus derechos y demandas debe ser primordial, tomando nosotras estas tareas de transformar la sociedad y nuestra realidad en nuestras manos. Lo mismo deben hacer todos los oprimidos para luchar por sus derechos, pero para ello creemos que tenemos que comprender que nuestros roles sociales no son biológicos y que el capitalismo no es absoluto y eterno, y que por ello debemos partir de esta realidad para al comprenderla poder transformarla.

Asimismo creemos que es necesario reconocernos como mujeres, y plantearnos que para terminar con nuestra situación de inferioridad y opresión es necesario luchar junto a otros oprimidos sexualmente como las minorías sexuales: lesbianas, gays, transexuales, con los que compartimos la necesidad de terminar con la familia como la conocemos, con terminar con la opresión del patriarcado, y las reglas de género que se basan en un orden social donde el rol social sirve al capitalismo. Pero al mismo tiempo creemos que no podemos tener una perspectiva concreta para nuestra liberación, sino situamos nuestra opresión en los marcos de la realidad, es decir, en una sociedad capitalista que se sirve de nuestras opresiones, donde los verdaderos beneficiados de la opresión y de la explotación son la clase empresarial y los ricos, es decir, la burguesía. Y esta burguesía a la que tenemos que enfrentar, en conjunto, está compuesta por mujeres y hombres que no están exentos de las relaciones sociales de opresión sexual, pero que la viven en menor medida y que no estarán junto a nosotros por nuestra liberación, porque no cuestionarán al capitalismo y este orden social que los beneficia y los mantiene en el poder, por lo que planteamos luchar todos los oprimidos contra el capitalismo, junto a los trabajadores y trabajadoras.

Quisiéramos agregar, para finalizar, el fragmento de un texto que guarda relación con el video de la primera sesión, sobre la lucha de las mujeres trabajadoras que defendieron sus puestos de trabajo en la fábrica “Brukman” en Argentina, de ropa de vestir formal, que el 2001 fue abandonada por sus patrones, amenazando de despido a las trabajadoras por no querer pagar ellos la crisis. Las trabajadoras respondieron tomando su fábrica, y defendiendo sus puestos de trabajo con los que viven despertaron a la lucha luego de esta experiencia, dando trabajo a otras mujeres cesantes. Asimismo lucharon por el derecho a un aborto libre y gratuito junto a otras cientos de mujeres pobres y jóvenes que avanzan hoy a pepear por sus derechos y demandas. Así es como hoy, cuando la crisis capitalista amenaza, creemos que la crisis deben pagarla los capitalistas, que se enriquecen día a día del trabajo de miles de mujeres y hombres que viven de su salario, cuando los empresarios quieran descargar esta crisis como ya lo empiezan a hacer hoy, es que tenemos que tomar este ejemplo de lucha.

“Trotsky decía que "la crisis social, con su cortejo de calamidades, gravita con el mayor peso sobre las mujeres trabajadoras. Ellas están doblemente oprimidas: por la clase poseedora y por su propia familia." Pero agrega: "Toda crisis revolucionaria se caracteriza por el despertar de las mejores cualidades de la mujer de las clases trabajadoras: la pasión, el heroísmo, la devoción." Así lo mostraron las mujeres pobres de París, en 1789, cuando se movilizaron contra los precios del pan y dieron inicio a la gran Revolución Francesa. Así lo mostraron, también, las obreras textiles de San Petersburgo, en 1917, cuando se movilizaron reclamando "pan, paz y libertad" y dieron el puntapié inicial de la primera revolución proletaria triunfante, la Revolución Rusa. Pero también así lo mostraron, más recientemente, las obreras de Brukman y las mujeres de los movimientos de desocupados, enfrentando la crisis del 2001. (…) Las mujeres, durante la dictadura militar, fueron las que encabezaron las denuncias contra el terrorismo de Estado. Y también son mujeres las que siempre están adelante en las movilizaciones contra el gatillo fácil, convirtiendo su dolor en una lucha contra las fuerzas represivas, la corrupción y la impunidad.” (Marxismo y Familia, Andrea d´ Atri., andreadatri.blogspot.com).

Honduras. Trabajadoras sin derechos

15.05.2008


ARTÍCULO

Honduras. Trabajadoras sin derechos
Guadalupe Cruz Jaimes
www.elheraldo.hn


Las precarias e inhumanas condiciones laborales de las mujeres que trabajan en las

maquiladoras, es motivo de una denuncia presentada por la Organización Colectivo de Mujeres Hondureñas. El acoso psicológico y sexual es muy frecuente junto con largas jornadas de trabajo.
Las trabajadoras de la industria maquiladora en Honduras ven violados sus derechos humanos y laborales ya que cumplen con largas horas en las que son acosadas psicológica y sexualmente, lo que deteriora su calidad de vida, denunciaron la Organización Colectivo de Mujeres Hondureñas y otras agrupaciones sociales. Las trabajadoras de este ramo “laboran más de las ocho horas establecidas, les controlan el tiempo para comer, las amenazan con despedirlas, sus jefes las maltratan y las acosan sexualmente”, dicen las organizaciones de la sociedad civil (OSC), de acuerdo con la agencia de noticias Prensa Latina (PL). Uno de los riesgos a la salud de las obreras a causa de su trabajo “es el contacto con sustancias nocivas y las obligadas posturas inadecuadas, (que) les provocan igual enfermedades respiratorias, hipertensión arterial, infecciones urinarias y problemas musculares”. La denuncia más reciente llegó desde la fábrica Productos San José, que funciona con capital estadounidense en la industria Zip San José, en la ciudad norteña de San Pedro Sula, Honduras, dice el texto. Alrededor de mil 500 obreras y obreros están contratados por la entidad y son obligados a cumplir metas excesivas incluso fuera de horario, desatendiendo su salud. Obreras de la maquila denunciaron que sus directivos instruyeron a las autoridades de la clínica del Instituto Hondureño de Seguridad para que no las asistieran y alegaron contar con enfermería en la fábrica. Los servicios sanitarios en el local de la fábrica --que trabaja para las marcas Athetic, Jerzees y BVD, entre otras-- también están en mal estado: a las y los trabajadores les controlan el tiempo para ir al baño y al demorarse les llaman la atención.

Además de “los regaños”, las obreras son amenazadas con reducción del día de salario y de la boleta de almuerzo. Cuando asisten al seguro social reciben amonestaciones, les reducen el pago del día, medio salario del séptimo y la boleta de almuerzo, señaló PL. Accidentes de trabajo De igual forma, la agencia informó que “las operarias que trabajan pegando etiquetas sufrieron abortos por el calor de la plancha y de la fuerza realizada al levantar bultos, proceso de trabajo que muchas veces se lleva a cabo en lugares sin ventilación, ejemplificaron las denunciantes”. También denunciaron que “una obrera fue amonestada por acudir al seguro social cuando se le incrustó una aguja en un dedo de la mano” y manifestaron que los ejecutivos de la fábrica procuran ocultar los accidentes y de este modo ganan premios por tener una “empresa segura”.

Logran estos reconocimientos ya que si la industria no registra accidentes de trabajo, los propietarios estadounidenses de la fábrica envían dinero a los administrativos para que celebren con las y los trabajadores, refirieron a PL. Las y los obreros son descalificados por sus superiores: “frases como burros, haraganes y otras ofensivas son propinadas por el jefe de mecánica contra los trabajadores, relataron”. La salud de las trabajadoras no es prioritaria para la empresa.

Ejemplo de ello es el caso de la operaria Delmy George a quien el Seguro Social le diagnosticó lumbalgia crónica al atenderla por un problema en su columna vertebral, pero la apoderada legal de Productos San José, Loesi Barrera, cuestionó el diagnóstico. Ante esta situación, la directiva le ofreció a George el pago de sus prestaciones y le adelantó que consultaría con otro doctor antes de remitir el caso a la comisión de invalidez. De acuerdo con el testimonio que la operaria dio a Prensa Latina, Delmy “padece fuertes dolores en todo el cuerpo, que prácticamente le imposibilitan continuar laborando y su economía está cada vez peor”. El Artículo 460 del Código del Trabajo de Honduras establece que es de interés público la constitución legal de organizaciones sociales, sean sindicatos o cooperativas, para contribuir al desarrollo del país, de la cultura popular y de la democracia. Sin embargo, coinciden activistas sociales, defensores de las mujeres y de los derechos humanos, la mayoría de los empresarios nacionales y extranjeros utilizan la represión como medida para impedir la organización de los trabajadores. Los contratados por Productos San José trataron de organizar un sindicato en más de una ocasión y los ejecutivos de la empresa respondieron con despidos masivos de trabajadoras y trabajadores involucrados. Editado por Mujeres Hoy

Fuentes: CIMAC Noticias, México, 2008.

Textos de discusión de la 2º sesión del taller de Género y Clase

Nos encontramos este miércoles 22 de Octubre, en la sala multimedia de la escuela de Educación Básica, a las 17 horas.
Discutiremos el tema "La familia y la propiedad privada, proponemos estos textos para la discusión y la conversación.


Evelyn Reed
La mujer:¿Casta, clase o sexo oprimido?



Primera edicion: Revista International Socialist Review, septiembre 1970, Vol. 31, No. 3, pp. 15-17 y 40-41.Esta Edición: Marxists Internet Archive, 8 de marzo de 2008, Día Internacional de la Mujer.Fuente del texto digital: Clase y Género. Favor de citarlos como la fuente originaria del artículo en castellano e incluir un enlace a su pagina de internet, http://www.clasecontraclase.cl/generoSeminario.php.


En la actualidad, el movimiento de liberación de la mujer está a un nivel ideológico superior al del movimiento feminista en el siglo pasado. Casi todas las corrientes comparten el análisis marxista del capitalismo y se adhieren a la clásica explicación de Engels sobre el origen de la opresión de la mujer, basada en la familia, la propiedad privada y el Estado.

Pero aún perduran notables equívocos e interpretaciones erróneas de la posición marxista, que han conducido a algunas mujeres, que se consideran radicales o socialistas, a desviaciones y a una desorientación teórica. Influenciadas por el mito de que las mujeres han estado siempre condicionadas por sus funciones reproductoras, tienden a concluir que las raíces de la opresión femenina son, al menos en parte, debidas a diferencias sexuales biológicas. En realidad, las causas son exclusivamente históricas y sociales.

Algunas de estas teorías sostienen que la mujer constituye una clase especial o una casta. Estas definiciones no sólo son ajenas al marxismo, sino que llevan a la falsa conclusión de que no es el sistema capitalista, sino el hombre, el principal enemigo de la mujer. Propongo poner a discusión esta tesis.

Las aportaciones del marxismo en este campo, fundamentales para explicar la génesis de la degradación de la mujer, pueden resumirse así:

Ante todo, las mujeres no han sido siempre el sexo oprimido o “segundo sexo”. La antropología o los estudios de la prehistoria nos dicen todo lo contrario. En la época del colectivismo tribal las mujeres estuvieron a la par con el hombre y estaban reconocidas por el hombre como tales.
En segundo lugar, la degradación de las mujeres coincide con la destrucción del clan comunitario matriarcal y su sustitución por la sociedad clasista y sus instituciones: la familia patriarcal, la propiedad privada y el Estado.

Los factores clave que llevaron al derrocamiento de la posición social de la mujer tuvieron origen en el paso de una economía basada en la caza y en la recogida de comida, a un tipo de producción más avanzado, basado en la agricultura, la cría de animales y el artesanado urbano. La primitiva división del trabajo entre los sexos fue sustituida por una división social del trabajo mucho más complicada. La mayor eficacia del trabajo permitió la acumulación de un notable excedente productivo, que llevó; primero, a diferenciaciones, y después a profundas divisiones entre los distintos estratos de la sociedad.

En virtud del papel preeminente que habían tenido los hombres en la agricultura extensiva, en los proyectos de irrigación y construcción, así como en la cría de animales, se apropiaron poco a poco del excedente, definiéndolo como propiedad privada. Estas riquezas potencian la institución del matrimonio y de la familia y dan una estabilidad legal a la propiedad y a su herencia. Con el matrimonio monogámico, la esposa fue colocada bajo el completo control del marido, que tenía así la seguridad de tener hijos legítimos como herederos de su riqueza.

Con la apropiación por parte de los hombres de la mayor parte de la actividad social productiva, y con la aparición de la familia, las mujeres fueron encerradas en casa al servicio del marido y la familia. El aparato estatal fue creado para reforzar y legalizar la institución de la propiedad privada, el dominio masculino y la familia patriarcal, santificada luego por la religión.

Este es, brevemente, el punto de vista marxista sobre el origen de la opresión de la mujer. Su subordinación no se debe a ninguna deficiencia biológica como sexo, sino que es el resultado de los acontecimientos sociales que destruyeron la sociedad igualitaria de la gens matriarcal, sustituyéndola por una sociedad clasista patriarcal que, desde sus inicios, se caracterizó por la discriminación y desigualdad de todo tipo, incluída la desigualdad de sexos. El desarrollo de este tipo de organización socio-económica estructuralmente opresiva, fue la responsable de la caída histórica de las mujeres.

Pero la caída de las mujeres no se puede comprender completamente, ni se puede elaborar una solución social y política correcta para su liberación, sin considerar lo que sucede actualmente con los hombres. Muy a menudo no se tiene en cuenta que el sistema patriarcal clasista, que ha hecho desaparecer al matriarcado y sus relaciones sociales comunitarias, ha destruído también la contrapartida masculina, el fratriarcado –esto es, la fraternidad tribal de los hombres. La derrota de las mujeres anduvo pareja con la dominación de las masas de trabajadores por la clase de los patronos.

La esencia de este desarrollo se puede ver más claramente si se examina el carácter fundamental de la estructura tribal que Morgan, Engels y otros han descrito como “sistema de consumo primitivo”. El clan comunitario era tanto una hermandad de mujeres como una hermandad de hombres. La hermandad, esencia del matriarcado, tenía claramente caracteres colectivos. Las mujeres trabajaban juntas como una comunidad de hermanas; su trabajo social proveía ampliamente al mantenimiento de toda la comunidad. Criaban a los hijos también en comunidad. Una madre no hacía distinción entre sus hijos y los de otra mujer del clan, y los niños, por otra parte, consideraban a todas las hermanas mayores como madres. En otras palabras, la producción y la propiedad en común iban acompañadas de la educación común de los hijos.
La contrapartida masculina de esta hermandad era la fraternidad, modelada según los mismos esquemas comunitarios. Cada clan, y el conjunto de clanes que comprendía la tribu, se caracterizaba por la “fraternidad” desde el punto de vista masculino, y por la “hermandad” o “matriarcado” desde el punto de vista femenino. En esta fraternidad matriarcal, los adultos de los dos sexos, no sólo producían para mantenerse, sino que alimentaban y protegían a los niños de la comunidad. Estos aspectos hicieron de la hermandad y fraternidad un sistema de “comunismo primitivo”.

Así, antes de que la familia tuviera como cabeza un padre individual, la función de la paternidad era social y no familiar. Además, los primeros hombres que desarrollaron funciones “paternales” no fueron los compañeros o “maridos” de las hermanas del clan, sino sus hermanos. Y esto no sólo porque los procesos fisiológicos de la paternidad eran desconocidos, sino más bien porque este hecho era insignificante en una sociedad fundada en el colectivismo productivo y en el cuidado común de los hijos.

Aunque actualmente nos pueda parecer extraño a nosotros, que estamos acostumbrados a la forma particular de educación de los hijos, era perfectamente natural en la comunidad primitiva, que los hermanos del clan, o sea, los maternos, ejercieran estas funciones paternas hacia los hijos de las hermanas, que más tarde fueron asunto del padre individual respecto a los hijos de la esposa.

El primer cambio en este sistema de clan hermano-hermana se debe a la creciente tendencia de la pareja, o de la “familia a dos”, como lo han llamo Morgan y Engels, a vivir juntos en la misma comunidad y casa. Sin embargo, la simple cohabitación no alteró sustancialmente las relaciones colectivas o el papel productivo de las mujeres en la comunidad. La división del trabajo según el sexo, efectuada entre hermanas y hermanos del clan, se transformó gradualmente en división sexual del trabajo entre marido y esposa.

Pero mientras prevalecieron las relaciones colectivas y las mujeres continuaron participando en la producción social, permaneció, en mayor o menor medida, la originaria igualdad entre los sexos. La comunidad entera continuó proveyendo a cada miembro de la pareja, quizás porque cada miembro de la pareja contribuía también en la actividad laboral.

Por lo tanto, la familia de pareja, tal como aparece en los albores del sistema familiar, era radicalmente distinta del actual núcleo familiar. En nuestro sistema capitalista, desordenado y competitivo, cada familia debe salvarse o ahogarse, contando sólo con sus posibilidades y no puede contar con la ayuda externa. La esposa depende del marido, y los hijos deben contar con sus padres para su subsistencia, aunque estén sin trabajo, enfermos o muertos. En el período de la familia de pareja no existía este tipo de dependencia de la “economía familiar”, porque la comuna entera se hacía cargo de las necesidades fundamentales de cada individuo desde la cuna hasta la tumba.

Esta fue la causa concreta de la ausencia, en la comunidad primitiva, de las opresiones sociales y los antagonismos familiares, tan frecuentes actualmente.

Se ha dicho a veces, explícita o implícitamente, que la dominación masculina ha existido siempre y que las mujeres han sido siempre tratadas brutalmente por los hombres. O también, a veces, se ha creído que las relaciones entre los sexos, en la sociedad matriarcal, eran exactamente lo contrario de las nuestras –con las mujeres dominando a los hombres. Ninguna de estas afirmaciones ha sido confirmada por los descubrimientos antropológicos.

No es mi intención alabar la era salvaje ni auspiciar un retorno romántico a laguna pasada “edad de oro”. Una economía basada en la caza y el aprovisionamiento de comida representa el estadio más bajo del desarrollo humano, y sus condiciones de vida eran desagradables, crueles y duras. Sin embargo, debemos reconocer que las relaciones entre el hombre y la mujer eran fundamentalmente distintas a las nuestras.

En el clan no existía la posibilidad de que un sexo dominara al otro, de la misma forma que una clase no podía explotar a la otra. Las mujeres ocupaban un lugar preeminente porque eran las principales productoras de bienes y de nuevas vidas. Pero esto no las indujo a oprimir a los hombres. Su sociedad comunitaria excluía la tiranía de clase, de raza o de sexo.

Como ha dicho Engels, con la aparición de la propiedad privada del matrimonio monogámico y de la familia patriarcal, entraron en juego nuevas fuerzas sociales, tanto en la sociedad en su conjunto, como en la organización familiar, que abolieron los derechos que anteriormente tenía la mujer.

De la simple cohabitación de la pareja, se pasó al matrimonio monogámico legal y rígidamente regulado, que puso a la esposa y a los hijos bajo el control completo del marido y padre, el cual daba su nombre a la familia y determinaba sus condiciones de vida y su destino.

Las mujeres, que habían vivido y trabajado juntas, educado en común a sus hijos, se dispersaron como esposas de un solo hombre, destinadas a su servicio y al de una sola casa. La primitiva e igualitaria división sexual del trabajo entre los hombres y las mujeres de la comunidad, cedió paso a una división familiar del trabajo, en la cual la mujer era alejada cada vez más de la producción social, para convertirse en sierva del marido, de la casa y de la familia. Así, las mujeres, en un tiempo “administradoras” de la sociedad, con la formación de las clases fueron degradadas al papel de administradoras de los hijos de un hombre y de su casa.

Esta degradación de las mujeres ha sido un especto permanente en los tres estadios de la sociedad de clases, desde la esclavitud, pasando por el feudalismo, hasta el capitalismo.
Mientras las mujeres dirigían, o por lo menos, participaban en el trabajo productivo de la comunidad, fueron estimadas y respetadas, pero cuando se desmembraron en una unidad familiar separada y ocuparon una posición subalterna en la casa y en la familia, perdieron su prestigio, su influencia y su poder.

¿Nos puede extrañar que unos cambios sociales tan drásticos hayan llevado a un antagonismo tan profundo y duradero entre los dos sexos? Como dice Engels:

“La monogamia no ha significado en absoluto, desde el punto de vista histórico, una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún, constituye la forma más alta de matrimonio. Por el contrario, ha representado el sometimiento de un sexo por el otro y la aparición de un antagonismo entre los sexos desconocido en la historia precedente…El primer antagonismo de clase aparecido en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre hombre y mujer en la monogamia, y la primera opresión de clase con la del sexo femenino por parte del masculino” (El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).

Es necesario hacer una distinción entre los dos tipos de opresión que las mujeres han sufrido en la familia monogámica y en el sistema basado en la propiedad privada. En la familia productiva campesina de la era preindustrial, las mujeres gozaban de un `status` social más elevado y de un respeto mayor del que goza actualmente en nuestras ciudades el núcleo familiar doméstico.
Mientras la agricultura y el artesanado dominaron la economía, la familia campesina, que era numerosa o “extensa”, continuaba siendo una unidad productiva vital. Todos sus miembros tenían funciones concretas e importantes, según el sexo y la edad. Las mujeres ayudaban a cultivar la tierra y hacían trabajos en la casa, mientras los niños y los demás producían su parte según sus capacidades.

Todo esto cambió con el nacimiento del capitalismo industrial y monopolista y con la formación del núcleo familiar. Cuando grandes masas de hombres fueron expoliados de la tierra y de sus pequeñas empresas, y se convirtieron en trabajadores asalariados en las fábricas, no tuvieron para vender, y sobrevivir, más que su fuerza de trabajo. Sus mujeres, alejadas de las fábricas productivas y del artesanado, devinieron completamente dependientes de los maridos para su mantenimiento y el de sus hijos. De la misma manera que los hombres dependían de sus patronos, las mujeres dependían de sus maridos.

Privadas gradualmente de su autonomía económica, las mujeres perdieron también la consideración social. En las fases iniciales de la sociedad clasista fueron alejadas de la producción social y del liderazgo, para convertirse en productoras en el ámbito de la familia agrícola, trabajando con el marido para a casa y la familia. Pero con la sustitución de la familia campesina por el núcleo familiar propio de las ciudades industriales perdieron su último punto de apoyo en terreno sólido.

Las mujeres se encontraron entonces frente a dos tristes alternativas: buscar un marido que las cuidase y hacer de ama de casa en un apartamento de la ciudad, criando la próxima generación de esclavos asalariados; o bien, para las más pobres y desafortunadas, hacer los trabajos marginales de las fábricas (junto a sus hijos), y ser explotadas como la fuerza de trabajo más esclavizada y peor pagada.

En las generaciones pasadas, las mujeres trabajadoras lucharon por el empleo junto a los hombres, por aumentos salariales y mejoras en las condiciones laborales. Pero las mujeres, en calidad de amas de casa dependientes, perdieron estos medios de lucha social. Sólo podían lamentarse o pelearse con el marido y los hijos por la miseria de su vida. El contraste entre los sexos se vuelve más profundo y áspero con la degradante dependencia de las mujeres respecto a los hombres.

A pesar del hipócrita homenaje rendido a las mujeres como “madres santas” y devotas amas de casa, su valor disminuyó, alcanzando el punto más bajo con el capitalismo. Puesto que las amas de casa no producen bienes, ni crean ningún excedente para los explotadores, no son importantes para los fines del capitalismo. En este sistema existen sólo tres justificaciones para su existencia: el ser amas de cría, guardianas de la casa y compradoras de bienes de consumo para la familia.
Mientras que las mujeres ricas pueden hacerse sustituir por las criadas en el desempeño de los trabajos más aburridos, las pobres están ligadas a esta inaguantable cadena para toda la vida. Su condición de servilismo aumenta cuando están obligadas a un trabajo externo para contribuir al mantenimiento de la familia. Asumiendo dos responsabilidades, en lugar de una, están doblemente oprimidas.

Pero incluso las amas de casa de la clase media son víctimas del capitalismo del mundo occidental, a pesar de sus privilegios económicos. La monótona condición de aislamiento y de aburrimiento en que se encuentran, las induce a “vivir a través” de sus hijos –relación que alimenta muchas de las neurosis que afligen hoy en día la vida familiar. Tratando de aliviar su sufrimiento, son manipuladas y depredadas por los especuladores del campo de los bienes de consumo. La explotación de la mujer como consumista forma parte de un sistema que se desarrolló, en primer lugar, con la explotación del hombre como productor.

Los capitalistas tienen miles de razones para exaltar el núcleo familiar. Su ambiente es una mina de oro para todos los especuladores, desde los agentes inmobiliarios a los vendedores de detergentes y cosméticos. Si producen automóviles para uso individual, en lugar de desarrollar adecuadamente los transportes públicos, es porque es más rentable, como lo es vender casas pequeñas en parcelas privadas, cada una de las cuales necesita su lavadora, su frigorífico y otras cosas similares.

Por otra parte, el aislamiento de las mujeres en casas particulares, ligadas todas a las mismas tareas con la cocina y con los hijos, les impide unirse y llegar a ser una fuerza social o una seria amenaza política para el poder constituido.

¿Cuál es la lección que se puede extraer de esta panorámica sobre el largo cautiverio de las mujeres en la casa y con la familia, propia de la sociedad clasista –tan distinta de su situación de fuerza e independencia en la sociedad preclasista?

Nos muestra que el estado de inferioridad de las mujeres no ha sido el resultado de un condicionamiento biológico ni del embarazo. Este no constituía un handicap en la comunidad primitiva; lo ha empezado a ser, principalmente, en el núcleo familiar de nuestros días. Las mujeres pobres están destrozadas entre la obligación de cuidar a los hijos y la casa y, al mismo tiempo, trabajar fuera para contribuir al mantenimiento de la familia. Las mujeres, por lo tanto, han sido condenadas a su estado de opresión por las mismas fuerzas y relaciones sociales que han llevado a la opresión de una clase sobre otra, de una raza sobre otra, de una nación sobre otra. Es el sistema capitalista –último estadio del desarrollo de la sociedad de clases- la fuente principal de la degradación y opresión de las mujeres.

Algunas mujeres del movimiento de liberación critican estas tesis marxistas fundamentales. Dicen que el sexo femenino representa una casta distinta o una clase. Ti-Grace Atkinson, por ejemplo, sostiene que las mujeres son una clase aparte. Roxanne Dunbar afirma que son una casta aparte. Examinemos estas dos posiciones y las conclusiones que de ellas se derivan.

Primero consideremos si las mujeres son una casta. La jerarquía de castas apareció antes y sirvió de modelo al sistema clasista. Surge después de la desaparición de la comunidad tribal, con las primeras diferenciaciones evidentes de los estratos sociales, según la nueva división del trabajo y las funciones sociales. La pertenencia a un estrato superior o inferior estaba garantizada por el sólo hecho de nacer dentro de su ámbito.

Es importante notar, además, cómo el sistema de castas llevaba en sí mismo, desde el principio, al sistema de clases. Por otro lado, mientras el sistema de catas alcanza su pleno desarrollo sólo en algunas partes del mundo, como India, el sistema de clases se desarrolló hasta convertirse en mundial y engullir al de castas.

Esto se puede ver claramente en India, donde cada una de las cuatro castas fundamentales –los brahamanes o sacerdotes, los soldados, los propietarios terratenientes o mercantiles y los trabajadores, junto a los “sin casta” o parias –tienen un lugar preciso en la sociedad explotadora. En la India actual, donde el viejo sistema de castas sobrevive de forma decadente, las relaciones y el poder capitalistas prevalecen sobre las instituciones precapitalistas heredadas del pasado, comprendidos los vestigios de la sociedad estructurada en castas.

Por otro lado, aquellas regiones del mundo que se han desarrollado más rápidamente y de forma más consistente, han abolido el sistema de casta. La civilización occidental, iniciada con la antigua Grecia y Roma, se desarrolló pasando por la esclavitud, y el feudalismo, hasta llegar al estadio más maduro de la sociedad de clases, el capitalismo.

Ni en el sistema de castas ni en el clasista –y ni siquiera en la combinación de los dos- las mujeres han constituido una clase o casta aparte. Las mismas mujeres han estado divididas en las distintas castas y clases que han formado el sustrato social.

El hecho de que las mujeres tuvieran una posición de inferioridad, como sexo, no implica, ipso facto, que fueran una cata o una clase inferior. En la antigua India, las mujeres pertenecían a castas distintas. En un caso, su `status` social venía determinado por el nacimiento en una casta, en el otro era determinado por su riqueza o por la del marido. Y esto es válido para los dos sexos, que pueden pertenecer a una casta superior y tener más dinero, y poder y consideración social.
¿Qué entiende entonces Roxanne Dumbar cuando dice que todas las mujeres (sin tener en cuenta su clase) pertenecen a una casta aparte? El contenido exacto de sus afirmaciones y de sus conclusiones no me resulta claro, y quizá tampoco a los demás. Hagamos entonces un estudio más profundo.

En términos de poder, nos podemos referir a la mujer como una “casta” inferior –como se hace a veces cuando se definen como “esclavas” y “siervas” –cuando se tiene simplemente la intención de señalar que han ocupado una posición subordinada en la sociedad masculina. El uso de la palabra “casta” serviría, pues, sólo para indicar la pobreza de nuestra lengua, que no tiene una palabra precisa para indicar el sexo femenino como sexo oprimido. Pero parece que el escrito de Roxanne Dunbar, en febrero de 1970, tenía implicaciones más amplias respecto a sus anteriores posiciones sobre esta cuestión.

En aquel documento dice que su caracterización de las mujeres como casta no representa nada nuevo: que incluso Marx y Engels “juzgaron de la misma forma la posición del sexo femenino”. Pero esto no es realmente así: ni Marx en El Capital ni Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, ni otros notables marxistas, desde Lenin a Luxemburg, han definido nunca a la mujer como perteneciente a una casta en virtud de su sexo. Por lo tanto, no se trata simplemente de una confusión verbal en torno al uso de una palabra, sino de un claro alejamiento del marxismo, si bien presentado con carácter marxista.

Me gustaría poseer clarificaciones de Roxanne Dunbar sobre las conclusiones que ella extrae de su teoría; puesto que si todas las mujeres pertenecen a una casta inferior, y todos los hombres a una casta superior, de ello se desprende que el punto central de la lucha por la liberación consistiría en una “guerra de castas” de todas las mujeres contra todos los hombres. Esta conclusión parecería confirmada por la afirmación de que “nosotras vivimos en un sistema internacional de castas”.

Tampoco esta afirmación es marxista, ya que los marxistas dicen que vivimos en un sistema clasista internacional y que por lo tanto no se requiere una guerra de castas, sino una lucha de clases de todos los oprimidos, hombres y mujeres, para obtener la liberación de las mujeres junto con la liberación de todas las masas oprimidas. Roxanne Dunbar, ¿está de acuerdo o no con esta posición respecto al papel determinante de la lucha de clases?

Su confusión replantea la necesidad de usar un lenguaje preciso en una exposición científica. Si bien las mujeres están explotadas bajo el capitalismo, no son esclavas ni siervas de la gleba o miembros de una casta inferior. Las categorías sociales de esclavo, siervo y casta se refieren a estadios y aspectos concretos de la historia pasada, y no definen correctamente la posición de las mujeres en nuestra sociedad.

Si queremos ser exactos y científicos, las mujeres deberían definirse como un “sexo oprimido”.
La otra posición, que caracteriza a las mujeres como “clase” especial, podemos definirla como aún más errónea.

En la sociología marxista una clase puede definirse según dos consideraciones independientes: el papel que juega en el proceso productivo y si posee la propiedad de los medios de producción, y por lo tanto, controlan el Estado y dirigen la economía. Los trabajadores que crean la riqueza no tienen más que su fuerza de trabajo para vender a los patronos y poder vivir.

¿En qué relación se encuentran las mujeres con estas dos clases opuestas? Pertenecen a todos los estratos de la pirámide social. Las pocas que están en la cima pertenecen a la clase de los plutócratas; algunas pertenecen a la clase media, la mayoría al proletariado. Existe una enorme diferencia entre las pocas Rockefeller, Morgan y Ford, y los millones que viven con subsidios de todo tipo. Resumiendo, las mujeres, como los hombres, son un sexo interclasista.

No se trata de un intento de dividir a las mujeres, sino simplemente de reconocer una división que ya existe. La idea de que todas las mujeres, como sexo, tienen en común más de lo que tienen los miembros de una misma clase, es falsa. Las mujeres de la alta burguesía no son simplemente compañeras de cama de sus ricos maridos. Generalmente existen otros lazos más fuertes: son colaboradoras económicas, sociales y políticas, unidas al marido en la defensa de su propiedad privada, del beneficio, del militarismo, del racismo y de la explotación de las otras mujeres.

Para decir verdad, existen excepciones individuales a esta regla, especialmente entre las jóvenes. Recordemos que la señora Frank Leslie, por ejemplo, renunció a la herencia de dos millones de dólares para sostener la causa del sufragio femenino, y otras mujeres de la alta burguesía han entregado su dinero a favor de la causa de los derechos civiles de nuestro sexo. Pero una cosa completamente distinta es esperar que muchas mujeres ricas sostengan una lucha revolucionaria que amenaza sus intereses y privilegios capitalistas. La mayor parte de ellas se burlan del movimiento de liberación, diciendo explícitamente o implícitamente: “Pero, ¿de qué cosa nos tenemos que liberar?”

¿Es realmente necesario insistir en este punto? Decenas de miles de mujeres participaron en la manifestación de Washington, en noviembre de 1969 y después en mayo de 1970. ¿Tenían más cosas en común con los hombres militantes que marchaban a su lado, o con la señora Nixon, sus hijas y la esposa del procurador general, señora Mitchell, que miraban con desagrado desde su ventana y veían en aquella masa una nueva revolución rusa? ¿Quiénes serán los mejores aliados de la mujer en el combate por la liberación, las esposas de los banqueros, de los generales, de los abogados hacendados, de los grandes industriales, o los trabajadores negros y blancos que luchan por su propia liberación? ¿No serán, tanto los hombres como las mujeres de ambas partes? Si no es así, la lucha ¿debe volverse contra los hombres, más que contra el sistema capitalista?
Es cierto que todas las sociedades clasistas han sido dominadas por el hombre y que los hombres han sido adiestrados, desde la cuna, para que sean chovinistas. Pero no es cierto que los hombres, como tales, representen el principal enemigo de las mujeres. Esto no tendría en cuenta a la masa de hombres explotados que están oprimidos por el principal enemigo de las mujeres, el sistema capitalista. Estos hombres tienen un lugar en la lucha por la liberación de la mujer; pueden convertirse y se convertirán en nuestros aliados.

Si bien la lucha contra el chovinismo masculino es una parte esencial de los objetivos que tienen las mujeres del movimiento, no es correcto hacer de ello el eje principal. Esto nos llevaría a no tener en cuenta o infravalorar el papel constituido que no sólo alimenta y se aprovecha de toda forma de discriminación y opresión, sino que además es responsable del chovinismo masculino. Recordemos que la supremacía masculina no existía en la comunidad primitiva, basada en la relación entre hermanas y hermanos. La discriminación sexual, así como la racial, tienen sus raíces en la propiedad privada.

Una posición teórica errónea lleva fácilmente a una falsa estrategia en la lucha por la liberación de la mujer. Este es el caso de una fracción de las “Redstockings” que dicen en su Manifiesto que “las mujeres son una clase oprimida”. Si todas las mujeres forman una clase, entonces todos los hombres deben constituir la clase opuesta –la de los opresores-. ¿Qué conclusión se puede deducir de esta premisa? ¿Qué no existen hombres en la clase oprimida? ¿Dónde colocamos a los millones de obreros blancos oprimidos que, como los negros oprimidos, puertorriqueños y otras minorías, son explotados por los capitalistas? ¿No tienen todos ellos un lugar primordial en la lucha por la revolución social? ¿Dónde y bajo qué bandera estos pueblos oprimidos de todas las razas y de ambos sexos se unen por una acción común contra su enemigo común? Oponer las mujeres como clase a los hombres como clase sólo puede constituir una desviación de la auténtica lucha de clases.

¿No existe una relación con la afirmación de Roxanne Dunbar de que la liberación de la mujer es la base de la revolución social? Estamos muy lejos de la estrategia marxista, puesto que se invierte la situación real. Los marxistas dicen que la revolución social es la base para una total liberación de las mujeres –como es a base de la liberación de toda la clase trabajadora. En última instancia, los verdaderos aliados de la liberación de la mujer son todas aquellas fuerzas que están obligadas por sus propios intereses a luchar contra los imperialistas y a romper sus cadenas.
La causa profunda de la opresión femenina, que es el capitalismo, no puede ser abolida jamás solamente por las mujeres, ni por una coalición de mujeres de todas las clases. Es preciso una lucha mundial por el socialismo por parte de la masa trabajadora, hombres y mujeres, unidos a todos los grupos oprimidos, para derribar el poder del capitalismo, que actualmente tiene su máxima expresión en los Estados Unidos.

En conclusión, lo que debemos preguntarnos es cuáles son los nexos entre la lucha por la liberación de las mujeres y la lucha por el socialismo.

Ante todo, si bien los últimos objetivos de la liberación de las mujeres no podrán ser realizados antes de la revolución socialista, esto no significa que la lucha por las reformas deba posponerse hasta entonces. Es necesario que las mujeres marxistas luchen, desde ahora, codo a codo, con todas las mujeres militantes por sus objetivos específicos. Esta ha sido nuestra política desde que se presentó una nueva fase del movimiento de liberación de la mujer, hace cerca de un año e incluso antes.

El movimiento feminista empieza, como otros movimientos de liberación, planteando algunas reivindicaciones elementales como son: igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en lo que respecta a la educación y al trabajo: a trabajo igual, salario igual; derecho al libre aborto para quien lo solicite; guarderías financiadas por el Estado, pero controladas por la comunidad. La movilización de las mujeres por estos objetivos no sólo nos da la posibilidad de obtener mejoras, sino también pone en evidencia, domina y modifica los peores aspectos de nuestra subordinación en la sociedad actual.

En segundo lugar, ¿por qué las mujeres deben llevar a cabo su lucha por la liberación si, en última instancia, para la victoria para la revolución socialista será necesaria la ofensiva de toda la clase trabajadora? La razón es que ningún sector oprimido de la sociedad, tanto los pueblos del Tercer Mundo como las mujeres, pueden confiar a otras fuerzas la dirección y desarrollo de su lucha por la libertad –aunque estas fuerzas se comporten como aliados. Nosotros rechazamos la posición de algunos grupos políticos que se dicen marxistas, pero que no reconocen que las mujeres deben dirigir y organizar su lucha por la emancipación, de la misma forma que no llegan a comprender porqué los negros deben hacer lo mismo.

La máxima de los revolucionarios irlandeses –“quien quiere ser libre debe luchar personalmente”- se adapta perfectamente a la causa de la liberación de la mujer. Las mujeres deben luchar personalmente para conquistar la libertad, y esto es cierto tanto antes como después del triunfo de la revolución anticapitalista.

En el curso de nuestra lucha y como parte de la misma, reeducaremos a los hombres que han sido inducidos a creer ciegamente que las mujeres son por naturaleza el sexo inferior debido a alguna tara en su estructura biológica. Los hombres deberán aprender que su chovinismo y su superioridad son otra de las armas en manos de los patronos para conservar el poder. El trabajador explotado, viendo la condición, aún peor que la suya, en que se encuentra su esposa, ama de casa y dependiente, no puede estar satisfecho de ello –se les debe hacer ver la fuente del poder opresor que les ha envilecido a los dos.

En fin, decir que las mujeres constituyen una casta o clase aparte, lleva lógicamente a conclusiones extremadamente pesimistas respecto al antagonismo entre los sexos, en contraste con el optimismo revolucionario de los marxistas. Ya que, a menos que los dos sexos estén completamente separados y los hombres sean exterminados, parece que están destinados a una guerra perenne entre ellos.

Como marxistas, nosotras tenemos un mensaje más realista y lleno de esperanza. Negamos que la inferioridad de la mujer esté determinada por su estructura biológica, y que haya existido siempre. Lejos de ser eterna, la subordinación de las mujeres y la amarga hostilidad entre los sexos no tienen más que unos pocos miles de años. Fueron producto de los drásticos cambios sociales que introdujeron la familia, la propiedad privada y el Estado.
La historia nos enseña que es necesaria una revolución que altere radicalmente las relaciones socio-económicas, para extirpar la causa de las desigualdades y obtener una plena emancipación de nuestro sexo. Este es el fin prometido por el programa socialista por el que nosotras luchamos.




Marxismo y Familia

Parte I: Los orígenes

Cuando nos hablan de “familia” –en la tele, en la escuela, en la Iglesia y en la propia familia- enseguida relacionamos esto con amor, comprensión, cuidados y cariño. A pesar de los problemas de la convivencia, de que no todas las familias son iguales e, incluso, a pesar de la existencia de la violencia doméstica, nadie se atrevería a cuestionar que el fundamento de la familia es el amor y, mucho menos, cuestionaría su existencia en todos los tiempos, desde “que el hombre es hombre”. ¿Pero esto es realmente así? ¿Cuáles fueron los fundamentos de la organización familiar en sus orígenes? Hasta la época de los antiguos griegos y romanos, los seres humanos se habían organizado de diferentes maneras para la reproducción y producción de sus vidas, predominando las formas de relación basadas en los lazos sanguíneos de línea materna. Las mujeres, enaltecidas por su posibilidad de engendrar vida y el misterio que esto encerraba para los seres humanos, ocupaban un lugar privilegiado en las sociedades primitivas. Una de las razones por la cual, también, nos encontramos con numerosas diosas y otras divinidades femeninas en este período.Luego se descubrieron la técnica de la agricultura, la fundición de metales y la domesticación de animales, entre otras cosas. Todos estos grandes descubrimientos permitieron aumentar las riquezas sociales y entonces, ya no fue necesario que todos los miembros de la comunidad trabajaran para garantizar su supervivencia: mientras la mayoría trabajara, un sector minoritario podía eximirse de esta carga y ser mantenido por los productores. Se originan, así, las clases en las cuales se divide la sociedad y la propiedad privada. Pero no sólo se descubrieron las técnicas que permitieron aumentar la productividad del trabajo, sino que también se descubrió la relación que existía entre el coito y la reproducción, lo que permitió entender el papel que tenía el varón en la procreación. “Así quedaron abolidos la filiación femenina y el derecho hereditario materno, sustituyéndolos la filiación masculina y el derecho hereditario paterno”, dice Engels y agrega: “El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción.” [destacado en el original].Si sólo nos detenemos a analizar el término “familia”, descubrimos que, en latín, quiere decir “conjunto de esclavos”. Es que la familia, entre los romanos, remitía a la esposa, los hijos y los esclavos que poseía un ciudadano. Como este conjunto de esclavos era un objeto de propiedad del padre, el mismo tenía derecho de vida y muerte sobre la familia (patria potestad) y la cedía en herencia a través de un testamento, a sus hijos.De pronto, las mujeres eran una fuente de riqueza igual que los esclavos, la tierra o el ganado, porque eran las que permitían aumentar la cantidad de hijos de una familia, es decir, la cantidad de fuerza de trabajo disponible para aumentar aún más las riquezas de su propietario. Su papel independiente en la producción social, pasó a un segundo plano: lo que se requería primordialmente de ellas era su capacidad reproductiva. Y poseer el dominio sobre esta capacidad, garantizaba que la descendencia fuera “legítima”, por eso –dicen los marxistas-, la monogamia en el matrimonio se estableció como una obligación para las mujeres, pero no para los varones. “La monogamia nació de la concentración de grandes riquezas en unas mismas manos –las de un hombre- y del deseo de transmitir esas riquezas por herencia a los hijos de este hombre, excluyendo a los de cualquier otro. Para eso era necesaria la monogamia de la mujer, pero no la del hombre; tanto es así, que la monogamia de la primera no ha sido el menor óbice para la poligamia descarada u oculta del segundo.” A este dominio del varón adulto en las relaciones sociales para la reproducción de la especie, los marxistas lo denominaron “patriarcado”.Claro que los modos de producción fueron cambiando, desde aquellos tiempos remotos en que surgieron las clases sociales: amos y esclavos, señores y siervos, burgueses y proletarios... Y en cada modo de producción y en cada clase social, los mecanismos patriarcales también fueron distintos. No obstante, podemos decir que las relaciones patriarcales existen en todos los modos de producción, aunque las formas específicas que asuman sean diferentes.¿Qué función cumple la familia, entonces, en nuestros días? Esto es tema para la próxima semana.

Parte II: Casados con hijosParece que, desde que se instituyó la familia en los tiempos de la Antigüedad –como señalamos en el número anterior de LVO-, el padre se convirtió en una figura indiscutible de poder sobre esposa e hijos. ¡Cuántas veces escuchamos o dijimos “en casa mando yo”, “ya vas a ver cuando venga tu padre” y otras frases por el estilo! Y si no hay un varón adulto en la familia, también se habla de “quien lleva los pantalones” ¡Hasta en las encuestas y los planes se habla de “jefes” y “jefas” de hogar! Como si en la familia existieran las mismas jerarquías que en la fábrica, en la empresa y en otras instituciones de la sociedad... ¿Por qué existen estos roles dentro de la familia? Con más o menos amor, de maneras más explícitas o sutiles, a veces brutales, la familia ayuda a moldear el carácter de niños y niñas, desde la infancia, educándolos en la obediencia a la autoridad, imponiéndoles disciplina y castigando la rebeldía. En la familia se aprende lo que es correcto y lo que no, para la vida social.¿Y quién decide lo que es correcto y lo que no? En general, todos los comportamientos que permitan adaptarse y desenvolverse en esta sociedad, serán estimulados, mientras que los comportamientos que choquen con las normas y las costumbres sociales, serán reprimidos. Por eso, antes que en la escuela, en la familia se enseña cuáles son los comportamientos “adecuados” para un varón o para una mujer. La familia educa a las niñas desde temprano para que después sean esas “buenas esposas y madres” que se espera de ellas y a los niños les enseñará que “los hombres no lloran” y que deben comportarse como machos fuertes, protectores o autoritarios.En el número anterior, decíamos que Engels hablaba de la monogamia sólo como una obligación para las mujeres, mientras los varones gozan del “privilegio” de “hacer lo que quieran”. ¡Esa conducta basada en la desigualdad todavía se ve en nuestros días! Sucede que las mujeres, consideradas sólo en su capacidad reproductiva, son un preciado tesoro para la reproducción de la fuerza de trabajo; su sexualidad sólo interesa siempre y cuando se asocie a la reproducción. ¡Qué importa su deseo! Por eso también resulta que un varón que hace gala de sus “conquistas” (¡vaya término!) es estimado por sus congéneres; pero una mujer que hiciera lo mismo sería calificada negativamente.Por eso, esta sociedad fundada en la explotación del trabajo asalariado, también reprime la sexualidad que no está ligada estrictamente con la función reproductiva, como por ejemplo, la homosexualidad, el lesbianismo, etc. Y en esto, la familia cumple un papel importantísimo, “amoldando” a los pequeños a lo que la sociedad “espera de ellos”.Y aunque hay padres más permisivos que otros, o madres que crían solas a sus hijos, el ejemplo que todavía nos transmiten en la escuela, en la Iglesia y en los programas de televisión se parece mucho a este tipo de familia “modelo”, que ya está bastante en crisis en estos tiempos.Mientras tanto, el mismo sistema capitalista que reproduce estos estereotipos de sumisión y obediencia para las mujeres y control y dominación para los varones, expone los cuerpos femeninos como objetos de consumo y disfrute para los demás. Y no es casualidad, entonces, que la violencia doméstica sea ejercida, en la inmensa mayoría de los casos, por los varones contra las mujeres. No se trata de ninguna predisposición congénita maligna, sino de uno de los productos más aberrantes de esta sociedad que –desde la más tierna infancia- nos inculca estos papeles, estos roles, estas normas y reglamentos: “que ella me engaña con otro”, “que se vistió con ropas provocativas”, “que no cuida a los chicos y no se queda en casa todo el día”, “que no me hace caso”, “que así va a saber quién manda”...Como señalaba Engels, la familia es la institución de esta sociedad de clases que determinó y mantiene la opresión de las mujeres. En las familias trabajadoras y de sectores populares, las mujeres y las niñas son, mayoritariamente, las que se encargan de las tareas domésticas: uno de los aspectos principales que adquiere esa opresión. En la mayoría de los casos, esas mujeres que realizan las tareas del hogar, además trabajan en fábricas, empresas, hospitales, escuelas o en los hogares de otras familias. Por eso, los marxistas, hablamos de la doble opresión de las mujeres trabajadoras. Pero eso es tema para la próxima semana...

Parte III: Amas de casa desesperadasLa semana pasada decíamos que la familia es la institución de esta sociedad de clases que determinó y mantiene la opresión de las mujeres. Sin embargo, la familia no cumple esta función del mismo modo entre las clases dominantes que entre las clases subalternas. Para la pequeñoburguesía (los pequeños comerciantes, propietarios de pequeñas parcelas de tierra, etc.), la familia es una unidad productiva en la que todos sus miembros cooperan. Para los explotadores, la familia es, fundamentalmente, aquella institución a través de la cual transmiten hereditariamente su riqueza de una generación a otra.Pero los capitalistas obtienen otros beneficios de la familia... ¡de los trabajadores!: la familia del obrero es el mecanismo básico por el cual, el empresario, se exime de garantizar la reproducción social de aquellos cuya fuerza de trabajo explota. ¡Es un mecanismo muy barato para la burguesía! Por eso, los capitalistas nos siguen inculcando la idea de que cada familia debe hacerse responsable por la vida de sus integrantes. La familia es responsable del cuidado de todos aquellos que no están en condiciones de ser explotados y “ganarse el pan con el sudor de su frente”: niños, ancianos y enfermos.Además, a través de la familia, se garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo con las tareas domésticas gratuitas que permiten a los trabajadores volver a la fábrica, al día siguiente, para seguir vendiendo su fuerza de trabajo al capitalista. Si los trabajadores tuvieran que comprar su comida hecha o tuvieran que comer siempre en restaurantes, si tuvieran que recurrir todos los días del año a los lavaderos automáticos y las tintorerías, si tuvieran que pagar modistas, niñeras y personal de limpieza para el aseo de la casa... ¡tendrían que cobrar salarios mucho más altos que los que cobran! Por eso el capitalismo, aunque no “inventó” la opresión de las mujeres, se aprovecha de ella en gran escala, fomentando los prejuicios de que las mujeres tienen que estar en la casa fregando, mientras los varones trabajan para “traer el sustento”.¡Pero, al mismo tiempo, el capitalismo empujó a las mujeres a la producción social! Incorpora su fuerza de trabajo a fábricas, talleres y empresas; pero no las exime de las tareas domésticas. Por eso, los marxistas hablamos de la doble jornada laboral de las mujeres trabajadoras: por un lado, vende su fuerza de trabajo al patrón –como el resto de los obreros–; pero, además, usa el tiempo libre restante en las tareas domésticas que no son consideradas “horas de trabajo” por la patronal, aunque le resulten altamente beneficiosas.El resultado para las mujeres está claro: stress, abatimiento, embrutecimiento y múltiples enfermedades y accidentes producidos por la excesiva fatiga. Es lógico que el amor familiar, entonces, se vea trastocado por la discordia, el malhumor, el desgano y la irritabilidad.Los reaccionarios de toda laya dicen que los marxistas –cuando denunciamos esto– queremos destruir a la familia. ¡Pero es el mismo sistema capitalista el que, al mismo tiempo que glorifica la unidad familiar, hunde en esta situación a las familias proletarias! Pero eso ya será tema de nuestro próximo artículo.Parte IV: Las superpoderosasA pesar de lo que venimos sosteniendo en los últimos números de La Verdad Obrera, la familia es defendida por la mayoría de los trabajadores y trabajadoras, porque es el único lugar en el que se intentan satisfacer algunas necesidades humanas, como el amor, la compañía, etc. ¡Quien desintegra a la familia, trayendo sufrimiento y soledad, no es el marxismo sino el propio sistema capitalista! El sistema capitalista ha moldeado enormes contradicciones: nos dice que las mujeres debemos quedarnos en el hogar al cuidado de los niños, pero nos obliga a trabajar fuera de la casa, porque con un salario no alcanza para sostener a la familia; nos dice que los varones tienen que proveer el sustento, pero después azota a los trabajadores con el látigo de la desocupación, provocando depresión y angustia junto con la miseria. En el capitalismo, nos dicen que debemos criar a nuestros niños, pero ni el Estado ni los capitalistas nos proveen de guarderías gratuitas en nuestros trabajos, para estar cerca de ellos, que quedan en manos de otras trabajadoras –si podemos pagar este servicio- o al resguardo de sus hermanas mayores, de las abuelas u otros familiares. ¡Incluso nos despiden cuando quedamos embarazadas!A los jóvenes se les dice que deben ser libres, independizarse de sus padres y progresar, pero después se encuentran con el trabajo precario, la flexibilización, los sueldos de miseria y la inestabilidad de los contratos temporales... ¡Así que tienen que quedarse a vivir con los padres hasta muy grandes! Nos dicen que debemos soñar con el amor romántico, pero después nos imponen los turnos americanos, los horarios rotativos, el trabajo nocturno... ¿Y cuándo nos vemos con nuestra pareja?También nos dicen que las mujeres somos débiles, pero cada vez son más los hogares mantenidos por mujeres solas. Pero además, cuando el capitalismo descarga sus grandes crisis sobre las familias obreras, ¡las mujeres están en la primera fila de la lucha y son de temer para los patrones, para los jueces, para las fuerzas represivas y para los políticos del régimen! Trotsky decía que “la crisis social, con su cortejo de calamidades, gravita con el mayor peso sobre las mujeres trabajadoras. Ellas están doblemente oprimidas: por la clase poseedora y por su propia familia.” Pero agrega: “Toda crisis revolucionaria se caracteriza por el despertar de las mejores cualidades de la mujer de las clases trabajadoras: la pasión, el heroísmo, la devoción.” Así lo mostraron las mujeres pobres de París, en 1789, cuando se movilizaron contra los precios del pan y dieron inicio a la gran Revolución Francesa. Así lo mostraron, también, las obreras textiles de San Petersburgo, en 1917, cuando se movilizaron reclamando “pan, paz y libertad” y dieron el puntapié inicial de la primera revolución proletaria triunfante, la Revolución Rusa. Pero también así lo mostraron, más recientemente, las obreras de Brukman y las mujeres de los movimientos de desocupados, enfrentando la crisis del 2001. Y en estos últimos meses vimos cómo las jóvenes de la Comisión de Mujeres de Jabón Federal estuvieron al frente de la lucha por la reincorporación de los despedidos, imprimiéndole su fuerza, como apoyo moral de sus compañeros. Ellas dijeron que no eran las “chicas superpoderosas”. Sin embargo, su compañía y su fortaleza fueron indispensables para que la patronal no quebrara el ánimo de los trabajadores.Las mujeres, durante la dictadura militar, fueron las que encabezaron las denuncias contra el terrorismo de Estado. Y también son mujeres las que siempre están adelante en las movilizaciones contra el gatillo fácil, convirtiendo su dolor en una lucha contra las fuerzas represivas, la corrupción y la impunidad.Por eso, creemos que un análisis materialista del origen histórico y del rol que cumple la familia en la sociedad capitalista y una visión marxista de la opresión de la mujer en la sociedad de clases son esenciales para desarrollar un programa revolucionario que se plantee desplegar esta enorme energía de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares en la lucha por la revolución social y la emancipación de todos los oprimidos. A este tema, dedicaremos el artículo de la próxima semana.Parte V: Libres e igualesDecíamos la semana pasada, que un análisis materialista del origen histórico y del rol de la familia en la sociedad capitalista y una visión marxista de la opresión de la mujer en la sociedad de clases son esenciales para desarrollar un programa revolucionario, que se plantee desplegar esta enorme energía de las mujeres trabajadoras y de los sectores populares en la lucha por la revolución social y la emancipación de todos los oprimidos. ¿Qué debería plantearse ese programa? A los marxistas muchas veces nos acusan de estar en contra de la familia. A decir verdad, es el propio capitalismo el que destruye a las familias proletarias con la superexplotación, la desocupación, la marginación, el hambre, la miseria y todas las consecuencias de la descomposición social. Lo que planteamos es que debe abolirse la familia como estructura económica privada, sobre la que descansan las tareas relativas al abastecimiento de alimentos, abrigo, comida y cuidados necesarios para la reproducción de la fuerza de trabajo; para dar paso a relaciones establecidas libremente, sin coerción económica ni de ningún tipo, y basadas en el amor. Pero sabemos que esto no puede acontecer “por decreto”.Para ello es necesario plantearse, en primer lugar, la industrialización y socialización de las tareas necesarias para la reproducción. Esto liberaría a las mujeres de lo que Lenin denominó la “esclavitud doméstica” y permitiría que se incorporen a la producción socializada en las mismas condiciones que los varones, sin cargar con las dobles cadenas que impone la doble jornada laboral.Esta enorme tarea es inseparable del derrocamiento de la propiedad privada de los medios de producción. Sólo sobre la base de un estado obrero, basado en los organismos de democracia directa de la clase trabajadora que planifiquen la economía, se podrán dar estos primeros pasos para erradicar, definitivamente, la opresión que pesa sobre las mujeres.Pero con esa perspectiva, sabiendo que esta emancipación sólo puede conseguirse sobre las bases de una revolución socialista que acabe con el dominio de una clase sobre otra, llamamos a la más amplia movilización de las mujeres para luchar con un programa que permita desplegar la energía revolucionaria de la clase trabajadora en alianza con el pueblo pobre y otros sectores oprimidos. Exigimos un salario destinado al trabajo doméstico necesario, en una familia, para su propia reproducción; denunciando que ese trabajo “invisible” y no remunerado –que recae mayoritariamente en las mujeres de la familia- es vital para el Estado y los capitalistas ya que, en nuestro país, equivale a más del 33% del Producto Bruto Interno. Exigimos la inclusión de guarderías pagadas por la patronal y el Estado en las fábricas, empresas y demás lugares de trabajo.Con la incorporación de las mujeres a la producción social, exigimos igual salario por igual trabajo, igualdad de oportunidades en el empleo, contra la discriminación de las mujeres en cualquier rama de la actividad económica y derechos especiales para las mujeres embarazadas y que están amamantando.Junto a esto, el derecho de las mujeres a decidir y tomar control de su propio cuerpo, su sexualidad y sus funciones reproductivas. Por eso luchamos por el derecho al aborto libre y gratuito, pero también por la educación sexual y la distribución gratuita de anticonceptivos, al mismo tiempo que defendemos el derecho a la maternidad elegida libremente.Consideramos que sólo la más amplia autonomía –desde la independencia económica hasta el control del propio cuerpo- permitirá que las personas se relacionen con libertad, amor y respeto mutuo, basándose exclusivamente en sus deseos y no presionados por las necesidades acuciantes de la supervivencia cotidiana.Para esto es necesario, también, enfrentar los prejuicios que la clase dominante recrea entre las filas de los explotados. Sabemos que, tampoco con decretos o “buenos deseos” se puede acabar con el machismo y la opresión. El feminismo plantea la necesidad de desarrollar nuevas “culturas” y “estilos de vida” que enfrenten las actitudes patriarcales de los varones. Para los marxistas, por el contrario, la salida no es individual. Y no culpamos a los varones de la opresión sexual, sino a la sociedad de clases y sus instituciones. Es ésta la que reproduce y legitima estos comportamientos machistas entre los sectores oprimidos, fortaleciendo el dominio de los explotadores.Sin embargo, que no se trate de un problema de “educación” o “estilo de vida”, no significa que los marxistas, los obreros concientes y las mujeres que toman su destino en sus propias manos no debamos enfrentar estas presiones y que, en ocasiones, nos conducen a reproducir las peores miserias humanas que luchamos por desterrar. Parafraseando a Marx, podemos decir que no puede liberarse quien oprime a otros. Por eso, ¡desterremos el sexismo de nuestras filas! ¡Por la unidad de la clase trabajadora en lucha contra la explotación y la opresión! ¡Paso a la mujer trabajadora!

andreadatri.blogspot.com

Exitosa primera sesión del Taller de Género y Clase




Sábado 11 de Octubre


Género y Clase:

Clase contra clase, las armas de la crítica e independientes


El día 8 de Octubre pasado, en la facultad de Educación Básica de la UMCE, ex Pedagógico, dimos inicio al Taller de Género y Clase, al que asistieron más de 30 personas entre estudiantes mujeres, hombres, un representante de la CUDS (Coordinadora universitaria por la disidencia sexual), y los y las militantes de clase contra clase y las armas de la crítica.


Comenzamos con un documental llamado "Nuestros cuerpos, nuestras voces, nuestras vidas", sobre el derecho al aborto y los problemas de las mujeres pobres y trabajadoras en Argentina, donde se realizó el 2001 una asamblea auto convocada por la mujeres pobladoras, trabajadoras de Brukman tomada por sus trabajadoras ese año, estudiantes y la izquierda, todas asistentes al Encuentro Nacional de Mujeres de Argentina.


La discusión tuvo principalmente tres ejes: reflexionamos y comentamos el documental visto para introducir la discusión acerca: del problema de los derechos de las mujeres, como el derecho al aborto y la opresión del capitalismo y la sociedad machista en la actualidad en el contexto nacional de la demanda de la pastilla del día después y el gobierno de Bachelet; el surgimiento de la opresión y las respuestas a la pregunta de donde surge ésta y como nos hacemos conscientes de su existencia; las vías para tomar nuestras demandas y dar solución al problema de nuestra opresión y al género, y hasta donde luchar y de la mano de qué sectores.


Hubo interesantes discusiones respecto a delimitar el contexto actual en que somos oprimidas las mujeres y las minorías sexuales, en el neoliberalismo y nuestras tareas hoy; fue interesante también poder intercambiar impresiones de las estudiantes sobre cómo se vive la opresión siendo mujeres, como poder dar elementos para discutir con organismos de las minorías sexuales como la CUDS, debatiendo la teoría y estrategia desde el marxismo clásico y con corrientes como la suya, del postestructuralismo, con los que tenemos diferencias, pero con los que nos une la lucha contra la opresión machista y capitalista a la mujer y minorias sexuales. Dejamos planteado el problema de la transformación de la sociedad con nuestras demandas y el papel de las mujeres y todos los oprimidos y explotados en ésta.


Nuestra próxima sesión la convocamos con mucho entusiasmo de los asistentes y nuestro, para el próximo 22 de Octubre, con la sesión llamada: "La familia y la propiedad privada".

Los esperamos para que asistan nuevamente e invitamos a todos los que quieran participar del taller. Nos reunimos en el mismo lugar y a la misma hora: UMCE, ex Pedagógico, Sala Multimedia de la Escuela de Educación Básica, a las 17 horas.


Escríbannos a nuestro mail: genero.clase@gmail.com

Así te mandamos los textos a discutir.


No faltes!
Ya salió

Pan y Rosas Nº 6:






ORGANIZARNOS PARA LUCHAR


Ante la crisis que nos amenaza



Crisis, guerras, revoluciones y mujeres



INDEC


Cristina honra la deuda... nosotras desnudamos mentiras



25 DE NOVIEMBRE: DÍA INTERNACIONAL DE ACCIÓN CONTRA LA VIOLENCIA HACIA LAS MUJERES


Capitalismo y patriarcado, ¡cómplices!



ZANON: 7 AÑOS DE GESTIÓN OBRERA


Defendamos este ejemplo de trabajo y libertad



28 DE SETIEMBRE: DÍA DE LUCHA POR LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE


Pan y Rosas marchó en todo el país



ORGANIZAR PAN Y ROSAS EN TODO EL PAIS


Seamos un movimiento de miles de mujeres en lucha por nuestros derechos, en cada barrio, escuela y lugar de trabajo

www.pyr.org.ar

Pan y Rosas


Introducción a la primera sesión del Taller de Género y Clase:



¿Quién es la mujer de hoy?

En contraposición a los seniles mitos que, avalados desde la Biblia hasta una pseudociencia que promovía la falsa teoría de que nuestra inferioridad era un designio de las leyes naturales, nos condenaban a una eternidad –desde el comienzo hasta el fin de la humanidad-- ineludible de esclavitud doméstica y a una limitadísima existencia en la esfera privada, hoy por hoy y gracias a los avances técnicos y científicos desarrollados gracias y con la garantía de que un puñado explota y descuera a la gran mayoría de la humanidad, se elaboran discursos de homenaje en torno a nuestra nueva condición genérica, en la que –para el discurso oficial—hemos superado el estado de inferioridad en el que “había” quedado relegado nuestro sexo, para abrirnos un decidido e “igualitario” paso en un mundo dominado por machos que “mágica” e “inexplicablemente” se habían apoderado de nuestros seres femeninos y de la dificultosa empresa de la administración (de las miserias) pública y económica de pueblos y naciones.

Para pintarnos un impresionista cuadro de las bondades que ofrece para la “mujer actual” una sociedad escindida en clases sociales, nos señalan con un sobrexcitado entusiasmo el camino de una minoría casi inexistente (en comparación a la totalidad de nuestro género) que ha asumido sillones presidenciales, tribunas de arbitrio internacional, destacados lugares en los debates de la intelectualidad (burguesa), lucrativos puestos en transnacionales, etc., que deberían bastarnos para sentirnos plenamente representadas y satisfechas con las justas y bondadosas democracias de los ricos.

En términos generales podríamos coincidir con este análisis si no nos interesara prestarle atención a los orígenes de la desigualdad sexual o si nuestras reivindicaciones consistieran en alcanzar ciertos derechos ciudadanos que claramente no serán extendidos para la totalidad de nuestras congéneres, circunscritos dentro de las posibilidades del sistema… ciertamente, ¿qué nos puede ofrecer un modelo de sociedad que “explota sistemáticamente toda forma de discriminación”? (Hacia una crítica de una razón patriarcal, Celia Amorós).

Fue en esta línea en la que las feministas liberales, las burguesas o sufragistas iniciaron un movimiento de mujeres cuyo horizonte fue, si bien en su contexto significó una lucha indudablemente progresiva, siempre moverse dentro de las posibilidades que el régimen democrático ofreciera para alcanzar resultados creciente y gradualmente en la lucha por la equidad de género…estos resultados no pudieron convertirse en algo más que los frutos que nos otorga el árbol seco de los gobiernos actuales, como los servicios nacionales de la mujer, una legalidad de no sólo deja desprotegida sino que encarcela y condena a mujeres de escasos recursos y una que otra ONG que tranzan sus principios fundamentales por pequeñas tribunas y cuotas de poder.

En este sentido, el anverso de la moneda es amplio y cruel, mientras Bachellet o Condonezza rice se reúnen con todas las líderes del mundo, cientos de mujeres mueren anualmente a causa de abortos clandestinos, son violadas frente a la pasividad de la Justicia y las autoridades, o si son trabajadoras sufren diariamente jornadas extenuantes de doble opresión y explotación, en las que sus patrones la exprimen hasta la última gota de sus fuerzas en sus trabajos para que después lleguen a sus hogares a trabajar gratis por la subsistencia doméstica de otros trabajadores (como su marido) o sus hijos para que sean susceptibles de ser explotados otro día más de su vida, o en un futuro de mano de obra barata.

Hay estadísticas que nos señalan que de los 1300 millones de pobres de la población mundial, el 70 % lo constituimos mujeres y niñas, y como no, si todas las brutalidades y miserias que el capitalismo arroja sobre los trabajadores y el pueblo pobre recaen doblemente sobre nuestros hombros, como sostén de una institución destinada a hacer funcionar un engranaje invisibilizado de la producción económica: la familia.

Por lo tanto, cuando se oyen voces acerca de la mujer actual queda abierta la brecha entre esa pequeña minoría de mujeres “exitosas” y la gran mayoría anónima para la que estos innegables avances son lejanos o insuficientes…sin embargo, innegable es también que como mujeres, todas tenemos algo que arrebatarle al patriarcado, aunque nosotras las, trabajadoras y pobres, debemos extirpar de raíz el cáncer de nuestra subordinación que nos reserva una doble cadena de dolor y miserias…¿ de la mano de quienes? En el camino de la construcción de nuestra verdad histórica, los orígenes de nuestra condición nos arrojan luces sobre esta cuestión.




Desechando mitos…¿hombres contra mujeres o clase contra clase?

La “cuestión de la mujer”, recuperada en la agitada década de los sesentas , ha despertado una renovada necesidad por averiguar porqué y cómo hemos estado subyugadas por las leyes machistas y qué puede hacerse para remediarlo, para este fin, y al igual que lo han hecho todos los oprimidos en el camino de su emancipación, se hizo imperativo reconstruir históricamente nuestra identidad: porque hemos sido descomunalmente estafadas a través de cada uno de los aparatos ideológicos del sistema burgués, los que nos han hecho creer que nuestra subordinación es originaria e inmanente, es decir, inseparable de nuestra esencia… claramente su objetivo es no dejar espacios de inconformidad y cuestionamientos que hagan tambalear el statu quo.

Entre el enmañarado de omisiones y mentiras que se atribuyen un dudoso carácter científico, se abrió paso una verdad reveladora, en el campo de la ciencia antropológica surgen descubrimientos que permitirían la construcción de una teoría sobre la evolución de nuestro género y de los orígenes de nuestra opresión, desde una perspectiva emancipatoria: nuestras antecesoras, las mujeres de sociedad pre-civilizada, eran “tanto económicamente independientes como sexualmente libres. No dependían de unos maridos, padres o patronos para conseguir su subsistencia y no eran humildes, ni se mostraban agradecidas por cualquier migaja que se les cediera, en la sociedad comunitaria trabajaban junto con otras mujeres y otros hombres en beneficio de la comunidad y dividían los resultados de su labor sobre una base igualitaria… No eran objetos que se pudieran poseer, oprimir, manipular y explotar. Como productoras y procreadoras eran la cabeza reconocida de una sociedad matriarcal, y eran tenidas en el más alto honor y respeto por los hombres.”(Sexo contra sexo o clase contra clase, Evelyn Reed).

Cómo ha podido quedar demostrado, las mujeres no hemos sido desde siempre el “segundo sexo”, ubicándonos sobre esta base nos preguntamos ¿En qué momento de la historia de la humanidad pudo el hombre haber arrasado con nuestra posición social de dirigentas de una sociedad basada en la igualdad? ¿Cómo pudo el hombre—si la ciencia que nos respalda nos demuestra que no existen argumentos biológicos que lo determinen como el sexo fuerte -- arrebatarle “mágicamente” a la mujer y a la humanidad entera milenios de igualdad entre los sexos y entre todos los seres humanos del comunismo primitivo?.

Si se agotan las posibilidades de demostrar que fue el sexo masculino por sí sólo el que nos ha arrojado a un destino de sumisión, queda pendiente la labor teórica de nuestro movimiento, pero la seria discusión que inicio este revolucionario sector de la ciencia y de la ideología marxista no se agota allí. Continuando con la reconstrucción de nuestro camino, los fundadores del marxismo, Marx y Engels, hacen un recuento de los factores sociales y económicos que llevaron al derrocamiento de nuestra posición social y, junto con ello, la abolición de la sociedad comunista y matriarcal.

Este proceso tuvo su origen en el paso de una economía basada en la caza y la recolección a un tipo basado en la agricultura (revolución que iniciaron las mujeres en beneficio de la humanidad entera) que permitió una gran producción de alimentos, la cual provocó la aparición del excedente por una parte, y, por otra parte, la división especializada del trabajo.

En virtud del papel preeminente del hombre en la agricultura extensiva, fruto de esta división del trabajo, estos fueron apropiándose paulatinamente del excedente y surge la propiedad privada. Para evitar malos entendidos, la división del trabajo no fue por sí sola la responsable directa de nuestra actual condición, sino que fue esta expropiación de la propiedad común el origen de la sociedad como la conocemos hoy y de nuestro secundario lugar en ella. La propiedad privada permitió establecer la herencia y, como esta herencia necesitaba una vía para hacerse legítima, surgió el matrimonio monogámico, unión sexual que antes no existía y que nos colocó bajo el dominio patriarcal para así darle al hombre hijos legítimos para el traspaso de sus riquezas.

Bajo estas condiciones fuimos relegadas al cuidado del hogar y la familia, la propiedad privada fue concentrándose cada vez en menos manos, y así, cuando un hombre era propietario, no sólo de alimentos y tierras, sino que además, de otros hombres a los cuáles explotaba para seguir acumulando excedente, se desarrolla el aparato del estado que no sólo vela directamente por la herencia y la propiedad, sino que nos califica como una propiedad más, al igual que los hijos.

Si bien es cierto que la mayoría de las veces la opresión machista no la vivimos directamente desde la economía o el estado así en abstracto, que los femicidios, las violaciones, el maltrato y la discriminación son obra, en la inmediatez, de hombres aborrecibles que están acostumbrados a subyugarnos, y que en la cotidianidad muchos de nuestros propios compañeros o cercanos nos oprimen en pequeñas pero significativas cosas, es necesario que develemos que estas acciones son posibilitadas por una sociedad dirigida por una clase que necesita de nuestra subordinación como mujeres, que nuestras miserias íntimas y personales, si bien son comunes a todo el género van siendo moldeadas objetiva y subjetivamente según pertenezcamos a ese puñado que no sólo posee cosas, sino que otros seres humanos a quienes explotar, o pertenezcamos a la gran mayoría despojada de un pasado comunitario.

En este sentido surge una nueva necesidad teórica: la de dar cuenta de que las mujeres no constituimos una casta o clase por sí sola, porque como ya lo hemos mencionado, el sexo masculino emerge como sexo dominante gracias a que unos pocos se adueñaron de lo que era común y necesitaban de una sociedad y de diversos mecanismos para perpetuar ese gran robo histórico y su máquina de explotación, del cuál nosotras debíamos ser un engranaje. Las mujeres somos un género interclasista, y con esto no se trata de dividir caprichosamente a un supuesto movimiento homogéneo, si no que se trata de dar cuenta de una división ya existente en la realidad: claro es que todas somos oprimidas, pero no todas explotadas, por el contrario, el capitalismo permite que muchas de nuestras congéneres explote a otras mujeres y así contribuya a profundizar la raíz histórica de nuestra subordinación, mientras protege los intereses de su clase.

Esta innegable realidad es obviada por varias corrientes del feminismo, que plasman esta negación en sus estrategias para la emancipación del género, existe acuerdo tácito en que la lucha en contra del chovinismo machista en ambas clases sociales, y la lucha por nuestros derechos esenciales son necesidades también interclasistas, pero para quienes queremos exterminar el núcleo y origen de toda opresión, sobre todo la nuestra, es ineludible el enfrentamiento con la clase que se beneficia de nuestra subordinación… la obrera, la temporera, la esposa de un trabajador tiene más en común con un compañero de su clase que avanzará a la par con ella en la lucha por un futuro emancipatorio de la humanidad, sin clases sociales, que con evelyn mattei que, siendo mujer y oprimida, defendió la dictadura: arma que tenía a favor la burguesía para sellar con sangre su triunfo en contra de la clase obrera y el pueblo pobre al final de un agitado y desviado proceso de la lucha de clases en Chile durante los setenta; en la que torturaron, violaron y asesinaron a muchas trabajadoras, pobladoras, estudiantes y luchadoras, sin mencionar a los otros cientos de hombres que aspiraban a una sociedad justa.

Es la tradición marxista, que nos demuestra que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases la que queremos recuperar para nuestra emancipación definitiva, a través de la revolución encabezada por la clase obrera que es la que objetivamente pondrá en jaque los intereses de la burguesía y todos sus mecanismos de opresión y explotación, ya que es la clase social que permite la subsistencia de este sistema y, por lo tanto, la única capaz de detenerlo y transformarlo. No nos conformaremos con migajas y sabemos que también debemos dar la lucha dentro de nuestras propias filas, porque “cada vez que una mujer es abusada, golpeada, humillada, considerada un objeto, la clase dominante se ha perpetuado un poco más en el poder, y la clase obrera, en cambio se ha debilitado, porque esa mujer perderá la confianza en sí misma y, por lo tanto, en sus propias fuerzas… Y la clase obrera se debilita también porque ese hombre que golpeó a su compañera, que la consideró su propiedad está más lejos que antes de transformarse en un obrero consciente de sus cadenas, de proponerse liberar a toda la humanidad y contar a todos los oprimidos como sus aliados” (Marxismo y feminismo, 30 años de controversias, Andrea D’Atri).

Es la transformación radical de la sociedad, la que nos dará la posibilidad de romper nuestras dobles cadenas, pero nuestra emancipación la debemos encabezar nosotras mismas de la mano de la única clase que también busca esa transformación radical, transformación que sin nosotras alzando las banderas de nuestra emancipación jamás podrá llamarse revolución. Tal como dijo el revolucionario león Trotsky “ una revolución no es digna de llamarse tal, si con todo el poder y todos los medios de los que dispone no es capaz de ayudar a la mujer—doble o triplemente esclavizada como lo fue en el pasado-- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.


Finalmente, nuestra consigna es “mujer, el género nos une, la clase nos divide”


7 de Octubre de 2008