Carmela Jeria

Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia

Carmela Jeria

Por Ana López y Virginia Andrea Peña


“Novel guerrillera porteña que se eleva como chispa eléctrica entre las multitudes: Carmela Jeria (...) empuña con su brazo de atleta el Hacha de la Luz para derribar montañas de sombras que entenebrecen la mente humana.” [1] Luis Recabarren

Los comienzos del siglo XX marcan el inicio de la organización de la clase obrera chilena. Es una época heroica, donde se forma la conciencia de clase del proletariado, donde nacen sus primeros partidos y organizaciones sindicales y políticas. Es la famosa clase obrera con “olor a pólvora”, como la han definido algunos autores por su gran combatividad.

Chile se consolidaba como país semicolonial dependiente, bajo el dominio del imperialismo inglés. Por lo tanto, su estructura económica iba amoldándose a las necesidades de los grandes capitales imperialistas, los que aliados a los capitales nacionales, configuraron una estructura económica y social acorde a estas necesidades: una economía primaria exportadora, dependiente casi en un 50 % del salitre, el principal producto de exportación que le entrega al Estado chileno las rentas suficientes para el desarrollo de obras públicas e infraestructura, además de dinamizar otras áreas como el agro o una incipiente industria. Este ciclo “cambió en parte la estructura social. Ante todo provocó un desplazamiento significativo de la población, especialmente campesina, que emigró del Centro-Sur, donde se generó un nuevo sector de la clase trabajadora, tanto de mineros como de obreros industriales, pesqueros, marítimos y ferroviarios.”[2] Por lo tanto, Chile se fue organizando con una explotación capitalista alrededor de la minería, centralmente en el norte del país, y en el sur, alrededor de grandes latifundios. El imperialismo inglés, primero, y el norteamericano, después, serían los principales beneficiarios de esta riqueza, hasta la gran crisis económica y social de 1920 donde su explotación decae, con su secuela de desocupados, aumento de precios, pauperización y miseria, siendo reemplazado luego por el cobre.

La brutalidad de la explotación patronal, y de la complicidad del Estado con sus instituciones, como las Fuerzas Armadas o la justicia patronal a su servicio, está graficada trágicamente en las grandes matanzas obreras que se provocan por estos años. En 1903 hay una huelga de gremios marítimos en Valparaíso. Aumento salarial y reducción de las horas de trabajo, que llegaban a doce o más, son algunas de las peticiones. La patronal chilena responde que no habrá concesiones; pero ni siquiera tolera la posibilidad de la huelga: el ejército y la policía son los encargados de terminar con la lucha, con un saldo fatal de al menos cincuenta obreros muertos. En 1905, los trabajadores y el pueblo pobre de Santiago protagonizan la Semana Roja, en la que se toman las calles de la capital para rechazar el alza del costo de vida. Nuevamente, la respuesta del gobierno es la represión del ejército y la policía; pero también, la formación de Guardias Blancas integradas por jóvenes de la burguesía encargados de resguardar los intereses capitalistas. El resultado: entre trescientos y quinientos trabajadores asesinados. En 1906, esta vez en el combativo norte, en Antofagasta -concentración de obreros mineros, portuarios y ferroviarios-, los trabajadores organizan una huelga por aumento de salario y descanso para almorzar. La patronal y el gobierno responden con su habitual intransigencia. Durante cuatro días, los trabajadores toman las calles de la ciudad enfrentando la represión. Innumerables muertos y heridos son el resultado de la acción del ejército y, nuevamente, las Guardias Blancas de la burguesía.

Pero sin duda, uno de los capítulos más trágicos en la historia de la clase obrera chilena, es el de la matanza de la Escuela Santa María de Iquique. En 1907, los trabajadores del norte venían de años de organización y preparación, de luchas y huelgas. También de explotación y abusos, de esclavitud laboral. Es así que comenzó a organizarse una gran lucha porque los salarios fuesen pagados en oro y no en el depreciado papel moneda, ni menos aún en fichas que sólo podían cambiarse en los negocios de la compañía salitrera. Además, se exigía seguridad y atención médica. De una en una, las oficinas salitreras comienzan a entrar en huelga. El movimiento se extiende como reguero de pólvora. En pocos días, más de treinta oficinas que reunían a cuarenta mil obreros están paradas. Los trabajadores deciden marchar hacia la ciudad de Iquique, a hablar con las autoridades. Al llegar a la ciudad, miles de trabajadores y sus familias son ubicados en la Escuela Santa María. El gobierno de Pedro Montt envía barcos de guerra y el ejército para enfrentar a la multitud. Las provocaciones son constantes, pero el movimiento de los trabajadores está muy bien organizado. Son trabajadores chilenos, bolivianos, argentinos y peruanos. Incluso los cónsules de los países vecinos, avisados de la inminente matanza, hacen gestiones para permitir que los obreros extranjeros abandonen la escuela y vuelvan a sus países. Estos se niegan “manifestando que si había que morir, lo harían junto a sus compañeros chilenos”[3]. En la tarde del 21 de diciembre de 1907, el general Silva Renard, a cargo de la operación, ordena abrir el fuego contra los principales dirigentes, luego, contra la multitud de obreros y sus familias. La Cantata Santa María de Iquique refleja este episodio funesto para la clase obrera chilena:

Murieron tres mil seiscientos, uno tras otro

Tres mil seiscientos mataron, uno tras otro.

La Escuela Santa María vio sangre obrera,

la sangre que conocía sólo miseria.

Serían tres mil seiscientos, ensordecidos.

Y fueron tres mil seiscientos, enmudecidos.

La Escuela Santa María fue el exterminio,

de vida que se moría, sólo alarido.

Tres mil seiscientas miradas que se apagaron.

Tres mil seiscientos obreros asesinados.

Un niño juega en la Escuela Santa María.

Si juega a buscar tesoros ¿qué encontraría?

A los hombres de la pampa que quisieron protestar,

los mataron como a perros porque había que matar.

No hay que ser pobre, amigo, es peligroso.

No hay ni que hablar, amigo, es peligroso.

Las mujeres de la pampa se pusieron a llorar

y también las matarían porque había que matar.[4]

Pero la brutalidad patronal no se quedaría acá. Luego de la matanza, los obreros y familias que quedaron vivos fueron enviados en trenes al sur del país, trenes que se utilizaban para cargar sacos de salitre, sin barandas ni protección. Una vez más, las Guardias Blancas balearon a los viajeros. Con la matanza de Santa María de Iquique se cierra un capítulo de ascenso de la clase obrera chilena, que durante un tiempo va a encontrarse en retirada, recuperando sus fuerzas de la derrota. La experiencia no va a ser en vanoela y vuelvan a sus paiasa . Un par de años después, retomaría su organización y su lucha, lo que se expresaría en el nacimiento de la Federación Obrera de Chile, que en el año 1920 daría un giro fundamental bajo la dirección de Luis Emilio Recabarren, el fundador del Partido Obrero Socialista, buscando que los trabajadores contaran con su propio instrumento político y que, a pesar de las limitaciones de su programa, fue una importante herramienta.

Pero esta primera etapa del movimiento obrero chileno, que dura hasta aproximadamente 1907, encuentra una clase obrera que enfrenta la ferocidad patronal, con la superexplotación laboral y la enorme represión, lo que lleva a consolidar una conciencia clasista y combativa. Los trabajadores ponen en pie organizaciones de lucha, solidarias y activas. Desde mediados de 1800 hasta fines de siglo, se habían organizado las Sociedades de Socorros Mutuos, que agrupaban básicamente a artesanos, obreros y empleados, hasta llegar a convertirse en federaciones provinciales y nacionales. En su reemplazo, y superando este primer momento, el movimiento obrero chileno va a formar las Mutuales y las Sociedades de Resistencia, con una orientación más visiblemente anticapitalista. En el caso de estas últimas, encontramos una influencia claramente anarquista. Pero van a ser las Mancomunales las que van a agrupar a la mayoría de la clase obrera chilena. Como señala el historiador Luis Vitale, “se gestaron en una etapa de ascenso del movimiento obrero, estructurándose por gremio, por provincia y, finalmente, a nivel nacional; es decir, era una organización de trabajadores de carácter territorial.”[5] Editaban sus propios periódicos, y contenían en su seno tendencias socialistas, anarquistas y demócratas. La primera mancomunal se forma en el año 1900 en Iquique, por los trabajadores portuarios, y su periódico se llamaba El Trabajo. En 1903 se forma otra mancomunal, esta vez en Antofagasta, y más tarde comienzan a extenderse por todo el país, hasta que al año siguiente se realiza la primera Convención de Mancomunales, que representaría a unos veinte mil trabajadores.

Es una época de lucha de clases bastante aguda, donde surge y se comienza a discutir la llamada “cuestión social” a nivel de la burguesía, los medios de comunicación y la Iglesia. Los problemas de salud, el hacinamiento por la urbanización acelerada y la falta de viviendas, las condiciones de superexplotación del trabajo, el alcoholismo, una altísima mortalidad infantil[6] eran sólo una parte de los graves problemas que vivía la clase obrera. Las luchas de los trabajadores y la cuestión social se transformaron en una preocupación enorme para la burguesía chilena, por la amenaza que representaba que fueran los obreros los que comenzaran a plantear una política independiente y que, en los hechos, las huelgas y luchas en defensa de sus derechos apuntaran a enfrentar claramente la política patronal y del gobierno. Surge así, desde un sector de la patronal y sus partidos, una política que intenta armonizar los intereses del capital y el trabajo, buscando algunas reformas menores a fin de evitar males mayores. Esto explica que entre el año 1896 y 1924 se dicten una serie de leyes sociales, además de otras sobre los contratos laborales, los seguros y accidentes obreros, las organizaciones de trabajadores, sobre salud pública, etc., ante una clase obrera que era enormemente combativa y bastante organizada, y que tendía a identificar el origen de sus problemas, correctamente, con el capitalismo y su enemigo de clase, la burguesía.

El Partido Democrático, fundado en 1887, fue uno de los primeros que buscó dar cierta respuesta a los problemas de la clase obrera. Este era un partido pequeñoburgués, que “abogaba por algunas medidas democráticas en una nación semicolonial dominada por el imperialismo, tales como la promoción de la industria nacional mediante el proteccionismo, o un tibio reformismo social, pero que no alcanzaba a plantear, por ejemplo, la nacionalización de las salitreras ni la reforma agraria.”[7] Algunos sectores de trabajadores se incorporan a él, haciendo una experiencia con su política para romper unos años más tarde, y formar el Partido Obrero Socialista, en el que se destacaría Luis Emilio Recabarren.

Surgimiento de las primeras organizaciones obreras femeninas

Tal como en muchos otros lugares, el capitalismo en Chile utilizó el trabajo femenino e infantil en su provecho. Ya a mediados de 1800 había una importante fuerza de trabajo femenina concentrada en actividades como lavandería, costura, trabajo doméstico, y hacia fines del siglo XIX, comenzará a insertarse en el naciente sector fabril. Las ramas más importantes en que se fue concentrando el trabajo femenino fueron la industria textil y la confección. En general, el salario femenino alcanzaba aproximadamente entre un 40 % y 70 % del masculino.[8] Las condiciones de explotación en que se encontraban las obreras durante esta época, se agravaban al no estar representadas por las organizaciones de artesanos y obreros existentes, las que si bien explícitamente no rechazaban la incorporación de mujeres trabajadoras, más bien obviaban el tema. Se calcula que hacia 1910, un 23 % de la mano de obra industrial era femenina.

La primer institución de trabajadoras que surge en Chile está asociada al mutualismo: la Sociedad de Obreras de Valparaíso, fundada el 13 de noviembre de 1887 por las costureras del taller Casa Gunter, y sería apoyada en sus inicios por la Sociedad Filantrópica de Obreros de Valparaíso. La sociedad, que tomaba como modelo las sociedades de obreros existentes hasta el momento se encuentra presidida por la joven obrera Micaela Cáceres de Gamboa. La Iglesia reaccionó con pavor ante la noticia, más aún al enterarse de que la sociedad prohibía tratar cuestiones religiosas en su interior, por lo que organizó, a su vez, “una Sociedad Católica de Obreras para que compitiera con la entidad femenina laica.”[9] Cuando al año siguiente se funda la Liga de Sociedades Obreras de Valparaíso, esta organización femenina va a ser una de las quince que la integren, incluyendo a una mujer en la directiva.

El ejemplo de las obreras costureras de Valparaíso comenzó a extenderse rápidamente: en diciembre de 1887 las obreras de la confección en la ciudad de Santiago constituyen también una sociedad de socorros mutuos, y unos meses después, en 1888, se funda la Sociedad de Socorros Mutuos “Emancipación de la Mujer” que buscaba “trabajar por el bienestar, el progreso y la cultura de la mujer en Chile”[10]. Aunque, tiempo después, se vio obligada a cambiar su nombre por los resquemores que produjo, pasando a llamarse Sociedad de Protección de la Mujer. Juana Roldán Escobar, una de sus principales dirigentes, fue una luchadora incansable por los derechos de los trabajadores y de la mujer, participando en la formación de un sinnúmero de sociedades y confederaciones, estimulando la participación de las obreras, la educación y la defensa de sus derechos. De aquí en más, en diferentes puntos del país se van estableciendo organizaciones de obreras.

Un aspecto importante del período, es que las organizaciones femeninas se van formando a la par de las instituciones de la clase obrera, por lo tanto, se encuentran ligadas a los problemas más generales de la clase intentando unirlos con los temas de la mujer, enfocados desde una perspectiva social más general: la lucha contra “el fanatismo religioso”, la “opresión masculina” y, especialmente, el objetivo de “darle una conciencia clara sobre su responsabilidad social” a las obreras.[11] De todas maneras, el aspecto central es la lucha por los derechos de las trabajadoras, “sus reivindicaciones: disminución de la jornada de trabajo, contra la explotación. Sin embargo, desde temprano, se manifiesta o subyace la protesta por la condición de subordinación sexual.”[12] Cuando comienzan a desplegarse las mancomunales, manifiestan que “la mujer tiene derecho a solicitar su incorporación”[13]. En 1903, nace en Valparaíso la Federación Cosmopolita de Obreras en Resistencia, que integra a costureras y obreras del calzado, que aboga por “la unión, el ahorro, el mejor y justo salario” y por la “emancipación y engrandecimiento de nuestro sexo.”[14] Más tarde, la Federación va a pasar a integrar la Confederación de Trabajadores de Chile. Su presidenta es Clotilde Ibaceta.

A comienzos del siglo XX, nacen en Santiago los gremios de mujeres. En 1906, ve la luz la Asociación de Costureras “Protección, Ahorro y Defensa”, integrada por cien socias. Su presidenta, Esther Valdés de Díaz, es una destacada obrera “corpiñera”. Esther concluyó que con su trabajo “el patrón ganaba el triple de lo que ella recibía como salario y su espíritu se sublevó.”[15] La Asociación luchaba por reglamentar las horas de trabajo, salario justo, descanso dominical, formar una biblioteca, instrucción de las obreras, entre otros puntos. La Asociación denuncia los brutales ritmos de explotación, en el que las obreras debían trabajar turnos de hasta doce y catorce horas, y el abuso patronal, por el que un retraso en las horas de entrada o en la confección de alguna prenda, significaba el descuento de hasta una décima parte de su salario. Es por ello que se propone que la Asociación permita “defenderse del enemigo común: el Capital” y conocer “otro mundo, el de la instrucción.”[16] Sólo en dos años, 1907 y 1908, surgen al menos unos veintidós sindicatos de obreras.

Carmela, obrera y feminista

Carmela Jeria era, en ese entonces, una obrera tipógrafa, “operaria durante cinco años de la Litografía Gillet en Valparaíso de donde fue expulsada por sus actividades sindicales”[17], entre ellas, haber hablado en un acto del 1° de Mayo. Y fue además, la fundadora de La Alborada, el primer periódico obrero feminista, de tirada bimensual, que saldría entre los años 1905 y 1907.

En su primer número, en el mes de septiembre de 1905, Carmela Jeria escribe la editorial, en la que anuncia “Nace a la vida periodística La Alborada, con el único y exclusivo objeto de defender a la clase proletaria y más en particular a las vejadas trabajadoras. Al fundar este periódico, no perseguimos otros ideales que trabajar con incansable y ardoroso tesón por el adelanto moral, material e intelectual de la mujer obrera y también por nuestros hermanos en sufrimientos”, y más adelante “Debe, pues, la mujer formar parte en la cruenta lucha entre el capital y el trabajo”. La editorialista propone: “Ardientemente deseamos que la mujer algún día llegue al grado de adelanto del hombre.”[18]

Carmela Jeria aboga por la lucha de la obrera junto al trabajador, en contra del capital, pero también reconoce los problemas de la opresión que sufre la mujer. Lucha así por su independencia económica y espiritual, ofreciendo La Alborada como una tribuna de denuncia. Los primeros números salen en la ciudad de Valparaíso, interrumpiéndose por unos breves meses, y son retomados en Santiago, aunque con una importante modificación: ahora aparece como una publicación feminista, y de periodicidad semanal. Carmela es una propagandista de los derechos de los trabajadores y de la mujer, pero también le importa la educación, y rescatar a aquellas mujeres que hicieron historia. Es así que escribe sobre Eloisa Zurita de Vergara, rescatando la figura de esta escritora y periodista, que perteneció al Partido Democrático y fue fundadora de la primera organización femenina de Antofagasta, la que también abogaría por la unidad de los trabajadores en contra del capital.

En otro de sus artículos, Carmela impulsa a las obreras a participar del 1° de Mayo, recordando la gesta de “los proletarios de Chicago en pro de las 8 horas de trabajo, por cuanto actualmente una parte de la clase obrera de Chile está preocupada de obtener esta humana y necesaria garantía (...) ¡Que la celebración del presente 1° de Mayo sea el primer eslabón conquistado de la inmensa cadena con que nos tiene aherrojadas el Capital!”[19] Y les recuerda a las obreras que su emancipación, parafraseando a Marx, será obra de ellas mismas. El ejemplo de La Alborada va a ser tomado por Esther Valdés de Díaz, quién en 1908 va a fundar el periódico La Palanca, de la Asociación de Costureras “Protección, Ahorro y Defensa”. Unos años más tarde, Esther Valdés va a tomar la dirección de La Alborada, donde los temas feministas pasan a ser cada vez más importantes, dejando los aspectos de clase en un segundo lugar.

Además de su rol como propagandista, Carmela Jeria luchará por la necesidad de la organización de la clase obrera, participando en innumerables congresos, estimulando la fundación de nuevas asociaciones y gremios. Además de esto, promueve la solidaridad y la unidad activa del proletariado, apoyando las huelgas que acontecían en ese momento.

En el año 1907, desde sus artículos en La Alborada, Carmela bregará por formar una academia para las obreras, con el fin de estimular su estudio y desarrollo intelectual. Combatirá también el doble discurso de aquellos hombres que hablan de libertad, pero no comprenden la necesidad de luchar por la emancipación de las mujeres: “Y digamos también a tanto luchador del mejoramiento social e intelectual del pueblo, que toda la libertad que anhelan, será siempre un fantasma mientras la mitad del género humano viva en humillante esclavitud.”[20]

[1] “La Excursión de Propaganda II”, de Luis Recabarren, publicado en el diario El Proletario, de Tocopilla, el 21 de octubre de 1905.

[2] Interpretación marxista de la Historia de Chile, de Luis Vitale.

[3] Chile: una dictadura militar permanente (1811 - 1999), de Patricio Manns.

[4] Cantata Santa María de Iquique de Luis Advis.

[5] Luis Vitale, op.cit.

[6] A principios de 1900 de cada mil nacidos, morían aproximadamente trescientos.

[7] Historia Marxista del PC Chileno, de Nicolás Miranda.

[8] De la “regeneración del pueblo” a la huelga general, Sergio Grez Toso.

[9] Íd.

[10] Ibíd.

[11] Mujeres que sueñan. Las organizaciones de pobladoras en Chile 1973- 1989, de T. Valdés y M. Winstein.

[12] La mujer proletaria, de Cecilia Salinas.

[13] Íd.

[14] Ibíd.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd.

[17] Ibíd.

[18] La Alborada, N° 1, “Defensora de las clases proletarias”, septiembre de 1905, editorial de Carmela Jeria.

[19] Artículo publicado en el diario La Palanca.

[20] La Alborada, N° 29, 27 de enero de 1907, editorial de Carmela Jeria.

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