Introducción a la primera sesión del Taller de Género y Clase:



¿Quién es la mujer de hoy?

En contraposición a los seniles mitos que, avalados desde la Biblia hasta una pseudociencia que promovía la falsa teoría de que nuestra inferioridad era un designio de las leyes naturales, nos condenaban a una eternidad –desde el comienzo hasta el fin de la humanidad-- ineludible de esclavitud doméstica y a una limitadísima existencia en la esfera privada, hoy por hoy y gracias a los avances técnicos y científicos desarrollados gracias y con la garantía de que un puñado explota y descuera a la gran mayoría de la humanidad, se elaboran discursos de homenaje en torno a nuestra nueva condición genérica, en la que –para el discurso oficial—hemos superado el estado de inferioridad en el que “había” quedado relegado nuestro sexo, para abrirnos un decidido e “igualitario” paso en un mundo dominado por machos que “mágica” e “inexplicablemente” se habían apoderado de nuestros seres femeninos y de la dificultosa empresa de la administración (de las miserias) pública y económica de pueblos y naciones.

Para pintarnos un impresionista cuadro de las bondades que ofrece para la “mujer actual” una sociedad escindida en clases sociales, nos señalan con un sobrexcitado entusiasmo el camino de una minoría casi inexistente (en comparación a la totalidad de nuestro género) que ha asumido sillones presidenciales, tribunas de arbitrio internacional, destacados lugares en los debates de la intelectualidad (burguesa), lucrativos puestos en transnacionales, etc., que deberían bastarnos para sentirnos plenamente representadas y satisfechas con las justas y bondadosas democracias de los ricos.

En términos generales podríamos coincidir con este análisis si no nos interesara prestarle atención a los orígenes de la desigualdad sexual o si nuestras reivindicaciones consistieran en alcanzar ciertos derechos ciudadanos que claramente no serán extendidos para la totalidad de nuestras congéneres, circunscritos dentro de las posibilidades del sistema… ciertamente, ¿qué nos puede ofrecer un modelo de sociedad que “explota sistemáticamente toda forma de discriminación”? (Hacia una crítica de una razón patriarcal, Celia Amorós).

Fue en esta línea en la que las feministas liberales, las burguesas o sufragistas iniciaron un movimiento de mujeres cuyo horizonte fue, si bien en su contexto significó una lucha indudablemente progresiva, siempre moverse dentro de las posibilidades que el régimen democrático ofreciera para alcanzar resultados creciente y gradualmente en la lucha por la equidad de género…estos resultados no pudieron convertirse en algo más que los frutos que nos otorga el árbol seco de los gobiernos actuales, como los servicios nacionales de la mujer, una legalidad de no sólo deja desprotegida sino que encarcela y condena a mujeres de escasos recursos y una que otra ONG que tranzan sus principios fundamentales por pequeñas tribunas y cuotas de poder.

En este sentido, el anverso de la moneda es amplio y cruel, mientras Bachellet o Condonezza rice se reúnen con todas las líderes del mundo, cientos de mujeres mueren anualmente a causa de abortos clandestinos, son violadas frente a la pasividad de la Justicia y las autoridades, o si son trabajadoras sufren diariamente jornadas extenuantes de doble opresión y explotación, en las que sus patrones la exprimen hasta la última gota de sus fuerzas en sus trabajos para que después lleguen a sus hogares a trabajar gratis por la subsistencia doméstica de otros trabajadores (como su marido) o sus hijos para que sean susceptibles de ser explotados otro día más de su vida, o en un futuro de mano de obra barata.

Hay estadísticas que nos señalan que de los 1300 millones de pobres de la población mundial, el 70 % lo constituimos mujeres y niñas, y como no, si todas las brutalidades y miserias que el capitalismo arroja sobre los trabajadores y el pueblo pobre recaen doblemente sobre nuestros hombros, como sostén de una institución destinada a hacer funcionar un engranaje invisibilizado de la producción económica: la familia.

Por lo tanto, cuando se oyen voces acerca de la mujer actual queda abierta la brecha entre esa pequeña minoría de mujeres “exitosas” y la gran mayoría anónima para la que estos innegables avances son lejanos o insuficientes…sin embargo, innegable es también que como mujeres, todas tenemos algo que arrebatarle al patriarcado, aunque nosotras las, trabajadoras y pobres, debemos extirpar de raíz el cáncer de nuestra subordinación que nos reserva una doble cadena de dolor y miserias…¿ de la mano de quienes? En el camino de la construcción de nuestra verdad histórica, los orígenes de nuestra condición nos arrojan luces sobre esta cuestión.




Desechando mitos…¿hombres contra mujeres o clase contra clase?

La “cuestión de la mujer”, recuperada en la agitada década de los sesentas , ha despertado una renovada necesidad por averiguar porqué y cómo hemos estado subyugadas por las leyes machistas y qué puede hacerse para remediarlo, para este fin, y al igual que lo han hecho todos los oprimidos en el camino de su emancipación, se hizo imperativo reconstruir históricamente nuestra identidad: porque hemos sido descomunalmente estafadas a través de cada uno de los aparatos ideológicos del sistema burgués, los que nos han hecho creer que nuestra subordinación es originaria e inmanente, es decir, inseparable de nuestra esencia… claramente su objetivo es no dejar espacios de inconformidad y cuestionamientos que hagan tambalear el statu quo.

Entre el enmañarado de omisiones y mentiras que se atribuyen un dudoso carácter científico, se abrió paso una verdad reveladora, en el campo de la ciencia antropológica surgen descubrimientos que permitirían la construcción de una teoría sobre la evolución de nuestro género y de los orígenes de nuestra opresión, desde una perspectiva emancipatoria: nuestras antecesoras, las mujeres de sociedad pre-civilizada, eran “tanto económicamente independientes como sexualmente libres. No dependían de unos maridos, padres o patronos para conseguir su subsistencia y no eran humildes, ni se mostraban agradecidas por cualquier migaja que se les cediera, en la sociedad comunitaria trabajaban junto con otras mujeres y otros hombres en beneficio de la comunidad y dividían los resultados de su labor sobre una base igualitaria… No eran objetos que se pudieran poseer, oprimir, manipular y explotar. Como productoras y procreadoras eran la cabeza reconocida de una sociedad matriarcal, y eran tenidas en el más alto honor y respeto por los hombres.”(Sexo contra sexo o clase contra clase, Evelyn Reed).

Cómo ha podido quedar demostrado, las mujeres no hemos sido desde siempre el “segundo sexo”, ubicándonos sobre esta base nos preguntamos ¿En qué momento de la historia de la humanidad pudo el hombre haber arrasado con nuestra posición social de dirigentas de una sociedad basada en la igualdad? ¿Cómo pudo el hombre—si la ciencia que nos respalda nos demuestra que no existen argumentos biológicos que lo determinen como el sexo fuerte -- arrebatarle “mágicamente” a la mujer y a la humanidad entera milenios de igualdad entre los sexos y entre todos los seres humanos del comunismo primitivo?.

Si se agotan las posibilidades de demostrar que fue el sexo masculino por sí sólo el que nos ha arrojado a un destino de sumisión, queda pendiente la labor teórica de nuestro movimiento, pero la seria discusión que inicio este revolucionario sector de la ciencia y de la ideología marxista no se agota allí. Continuando con la reconstrucción de nuestro camino, los fundadores del marxismo, Marx y Engels, hacen un recuento de los factores sociales y económicos que llevaron al derrocamiento de nuestra posición social y, junto con ello, la abolición de la sociedad comunista y matriarcal.

Este proceso tuvo su origen en el paso de una economía basada en la caza y la recolección a un tipo basado en la agricultura (revolución que iniciaron las mujeres en beneficio de la humanidad entera) que permitió una gran producción de alimentos, la cual provocó la aparición del excedente por una parte, y, por otra parte, la división especializada del trabajo.

En virtud del papel preeminente del hombre en la agricultura extensiva, fruto de esta división del trabajo, estos fueron apropiándose paulatinamente del excedente y surge la propiedad privada. Para evitar malos entendidos, la división del trabajo no fue por sí sola la responsable directa de nuestra actual condición, sino que fue esta expropiación de la propiedad común el origen de la sociedad como la conocemos hoy y de nuestro secundario lugar en ella. La propiedad privada permitió establecer la herencia y, como esta herencia necesitaba una vía para hacerse legítima, surgió el matrimonio monogámico, unión sexual que antes no existía y que nos colocó bajo el dominio patriarcal para así darle al hombre hijos legítimos para el traspaso de sus riquezas.

Bajo estas condiciones fuimos relegadas al cuidado del hogar y la familia, la propiedad privada fue concentrándose cada vez en menos manos, y así, cuando un hombre era propietario, no sólo de alimentos y tierras, sino que además, de otros hombres a los cuáles explotaba para seguir acumulando excedente, se desarrolla el aparato del estado que no sólo vela directamente por la herencia y la propiedad, sino que nos califica como una propiedad más, al igual que los hijos.

Si bien es cierto que la mayoría de las veces la opresión machista no la vivimos directamente desde la economía o el estado así en abstracto, que los femicidios, las violaciones, el maltrato y la discriminación son obra, en la inmediatez, de hombres aborrecibles que están acostumbrados a subyugarnos, y que en la cotidianidad muchos de nuestros propios compañeros o cercanos nos oprimen en pequeñas pero significativas cosas, es necesario que develemos que estas acciones son posibilitadas por una sociedad dirigida por una clase que necesita de nuestra subordinación como mujeres, que nuestras miserias íntimas y personales, si bien son comunes a todo el género van siendo moldeadas objetiva y subjetivamente según pertenezcamos a ese puñado que no sólo posee cosas, sino que otros seres humanos a quienes explotar, o pertenezcamos a la gran mayoría despojada de un pasado comunitario.

En este sentido surge una nueva necesidad teórica: la de dar cuenta de que las mujeres no constituimos una casta o clase por sí sola, porque como ya lo hemos mencionado, el sexo masculino emerge como sexo dominante gracias a que unos pocos se adueñaron de lo que era común y necesitaban de una sociedad y de diversos mecanismos para perpetuar ese gran robo histórico y su máquina de explotación, del cuál nosotras debíamos ser un engranaje. Las mujeres somos un género interclasista, y con esto no se trata de dividir caprichosamente a un supuesto movimiento homogéneo, si no que se trata de dar cuenta de una división ya existente en la realidad: claro es que todas somos oprimidas, pero no todas explotadas, por el contrario, el capitalismo permite que muchas de nuestras congéneres explote a otras mujeres y así contribuya a profundizar la raíz histórica de nuestra subordinación, mientras protege los intereses de su clase.

Esta innegable realidad es obviada por varias corrientes del feminismo, que plasman esta negación en sus estrategias para la emancipación del género, existe acuerdo tácito en que la lucha en contra del chovinismo machista en ambas clases sociales, y la lucha por nuestros derechos esenciales son necesidades también interclasistas, pero para quienes queremos exterminar el núcleo y origen de toda opresión, sobre todo la nuestra, es ineludible el enfrentamiento con la clase que se beneficia de nuestra subordinación… la obrera, la temporera, la esposa de un trabajador tiene más en común con un compañero de su clase que avanzará a la par con ella en la lucha por un futuro emancipatorio de la humanidad, sin clases sociales, que con evelyn mattei que, siendo mujer y oprimida, defendió la dictadura: arma que tenía a favor la burguesía para sellar con sangre su triunfo en contra de la clase obrera y el pueblo pobre al final de un agitado y desviado proceso de la lucha de clases en Chile durante los setenta; en la que torturaron, violaron y asesinaron a muchas trabajadoras, pobladoras, estudiantes y luchadoras, sin mencionar a los otros cientos de hombres que aspiraban a una sociedad justa.

Es la tradición marxista, que nos demuestra que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases la que queremos recuperar para nuestra emancipación definitiva, a través de la revolución encabezada por la clase obrera que es la que objetivamente pondrá en jaque los intereses de la burguesía y todos sus mecanismos de opresión y explotación, ya que es la clase social que permite la subsistencia de este sistema y, por lo tanto, la única capaz de detenerlo y transformarlo. No nos conformaremos con migajas y sabemos que también debemos dar la lucha dentro de nuestras propias filas, porque “cada vez que una mujer es abusada, golpeada, humillada, considerada un objeto, la clase dominante se ha perpetuado un poco más en el poder, y la clase obrera, en cambio se ha debilitado, porque esa mujer perderá la confianza en sí misma y, por lo tanto, en sus propias fuerzas… Y la clase obrera se debilita también porque ese hombre que golpeó a su compañera, que la consideró su propiedad está más lejos que antes de transformarse en un obrero consciente de sus cadenas, de proponerse liberar a toda la humanidad y contar a todos los oprimidos como sus aliados” (Marxismo y feminismo, 30 años de controversias, Andrea D’Atri).

Es la transformación radical de la sociedad, la que nos dará la posibilidad de romper nuestras dobles cadenas, pero nuestra emancipación la debemos encabezar nosotras mismas de la mano de la única clase que también busca esa transformación radical, transformación que sin nosotras alzando las banderas de nuestra emancipación jamás podrá llamarse revolución. Tal como dijo el revolucionario león Trotsky “ una revolución no es digna de llamarse tal, si con todo el poder y todos los medios de los que dispone no es capaz de ayudar a la mujer—doble o triplemente esclavizada como lo fue en el pasado-- a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”.


Finalmente, nuestra consigna es “mujer, el género nos une, la clase nos divide”


7 de Octubre de 2008

No hay comentarios: